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2 de enero, 2019

La alarma suena y me estiro enseguida para apagarla. Escucho gruñir a Kevin mientras se remueve a mi lado y, cuando estoy por levantarme, me agarra de la cintura y me lo impide.

—Aceituna, no abramos hoy, casi no dormimos, la gente todavía está con el festejo del Año Nuevo... —dice casi sin mover los labios—. Quedémonos en la cama un ratito más.

Me doy vuelta para quedar frente a él y acaricio su pelo. Él sonríe con los ojos cerrados.

—Dale, amor, tenemos que trabajar —replico con tono suave. Él hace un gemido en modo de protesta—. No seas vago, ayer no abrimos, pero hoy es día laboral y para mí es una tradición repartir galletitas a la gente para que pidan sus deseos, es algo lindo. ¡Vamos!

Me suelto de su agarre y me voy directo al baño antes de que me contagie su vagancia. Por el momento no está pasando nada raro, hace dos días que pedí el deseo y por ahora marcha todo bien, por ahora siento que es el indicado para mí. Quizás las galletas son solo para hacer algo divertido, no creo que pase nada ni que se cumpla lo que pedí.

Ya lista, salgo del baño y veo que él sigue durmiendo. Está de costado, con la boca abierta, la cara apoyada en su brazo y las piernas enredadas en las sábanas, dejando notar sus calzoncillos con dibujos de las tortugas ninjas. No puedo evitar reírme. Me acerco a él y lo miro, incluso con su baba colgando y sus ronquidos suaves me sigue pareciendo hermoso.

Le doy un beso en la mejilla y lo dejo dormir mientras yo voy a la pastelería. De todos modos, al ser principio de año, no suelo recibir mucha gente. Aunque, desde que inauguramos la nueva pastelería en agosto, los clientes se incrementaron muchísimo, así que no sé cómo va a ser este año. Creo que va a ser toda una novedad.

Abro el local, acomodo las sillas y las mesas, renuevo los mostradores con las nuevas preparaciones y toda la rutina de siempre. Preparo algunas galletitas para darle a la gente, es normal en mí regalar esas cosas cuando comienza un nuevo año, me hace feliz la ilusión de las personas pidiendo un deseo mientras comen algo rico.

A la media hora de tener abierto, los clientes comienzan a llegar. Los atiendo, les ofrezco la galleta gratis, me preguntan por Kevin y yo solo digo que se quedó dormido.

Todos saben que somos pareja y nos desearon buena suerte en la relación cuando se enteraron. Creo que somos la pareja más reconocida del barrio.

Laura llega corriendo, agitada y nerviosa por su impuntualidad, pero no le digo nada. Solo la apuro para que comience a trabajar. Tengo unas ganas terribles de preguntarle lo que pasa con mi hermano, pero me contengo. Julián va y viene con Pablo, pero ella está metida en el medio y me intriga demasiado saber porqué, ¡pero no me lo quieren decir!

Ella me mira como si quisiera contarme algo, pero no se anima. Me aclaro la voz y me ubico a su lado.

—¿Y Kevin? —pregunta con curiosidad, secando un plato.

—Lo dejé dormir, estaba cansado —replico, mirando mis uñas antes de dirigir mis ojos a ella.

—Ah —dice, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué no me preguntás de una vez qué pasa entre Juli y yo? —Me río y suspira—. Antes de que me lo preguntes, no pasa absolutamente nada. Él me está ayudando a superar la separación de mi ex, yo lo estoy ayudando a volver con Pablo.

—Pero se gustan —contesto con tono firme y ayudándola a secar las cosas. Ella chasquea la lengua y niega con la cabeza.

—Pablo y Julián se aman, solo que es una relación algo tóxica. Pablo es muy celoso, Juli no lo aguanta y se separan, entonces hago de intermediaria y vuelven, pero otra vez pasa lo mismo. Le dije a tu hermano que lo deje, que corte de raíz todo, pero no puede. Lo ama.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora