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Kevin me alcanza en la puerta principal y me encierra contra la pared. Forcejeo para que me deje ir, pero es mucho más fuerte que yo.

—¡Olivia, no hagas ninguna locura! —cuchichea—. Por Dios, mi amor, no sos así.

—¡Solo voy a hablar con él! —exclamo. Él rueda los ojos—. Sos abogado, podés defenderme en caso de que pase algo. Y si no llamo a Lautaro.

—No, no, no. Ninguno te va a ayudar, ¡estás loca si pensás matar a tu padre!

—Pero, amor, por favor... No le puede haber hecho esto a Julián, a su propio hijo. Es un desgraciado, no puedo dejar que le arruine la vida a mi hermano. —Sollozo y él me abraza. Acaricia mi pelo.

—Pensá en qué vas a hacer si lo matás, Oli. No solo arruinás tu propia vida, sino también la mía. —Levanta mi barbilla para que lo mire a los ojos—. Ahora somos dos, no estás vos sola. Yo sé que aunque te metan presa voy a seguir con vos apoyándote, entiendo tus ganas de matar un hijo de puta porque me gusta la justicia también, pero no es la manera.

—¿Y qué puedo hacer entonces? —cuestiono con voz temblorosa, recapacitando.

—Acompañar a tu hermano. Le sacaron fotos junto a la denuncia, quiere ir a juicio. Lo vamos a hacer mierda a tu viejo, pero no vas a matarlo —replica con seriedad. Bufo.

—Yo solo quería...

—Sí, solo querías hablar, pero te guardaste un cuchillo —me interrumpe.

—Por si tenía que defenderme. —Me encojo de hombros y se ríe mientras me da un beso en la frente.

—Aceituna, sos muy inocente, pero hacés estas cosas y me das miedo. —Se queda en silencio por un momento y hace un gesto pensativo—. Y a la vez me excita.

Suelto una carcajada y le doy un golpe juguetón en el hombro.

—Vos siempre pensando en sexo. ¿Qué pasará si no lo hacemos hasta nuestro aniversario? —interrogo traviesa. Abre los ojos con sorpresa.

—Primero, me muero. Segundo, cuando te toque te parto al medio y tercero, es imposible porque no aguantarías.

—Mmm, ¿vos decís? —Arqueo una ceja. Resopla.

—Por Dios, Oli, no me hagas esto. —Me río y tomo su mano para volver a subir—. De todos modos, con tu hermano en casa no vamos a poder hacerlo mucho. Buu, arruinó nuestras vacaciones.

No respondo nada mientras subo por las escaleras. Entramos nuevamente a casa y Julián está hablando por teléfono, creo que con Pablo. Me dirijo a la cocina para dejarlo hablar a solas y Kevin me sigue.

—¿En serio querés que no hagamos nada hasta febrero? —interroga preocupado. Me río y empiezo a preparar los ingredientes para hacer masitas de coco, que sé que a mi hermano le encantan.

—¿Te animás? Tomalo como un desafío —contesto mirándolo de reojo.

—Me voy a morir. —Chasquea la lengua y niega con la cabeza—. Una vez por semana es mi única oferta.

—Trato. —Le saco la lengua y esbozo una sonrisa pícara—. Creo que siempre lo hicimos más de una vez por semana, ¿no?

—Sí, ventajas de ser vecinos. Excepto cuando estás en tus días, ahí sí que esperamos una semana. Si esperar por eso me vuelve loco, imaginate si tengo que esperar para hacerlo con vos sabiendo que estás normal —replica apoyándose en la mesada y mirando mis movimientos.

—¿Normal? —cuestiono con tono divertido. Suelto una carcajada—. Tampoco es para tanto, tenemos muchas cosas para hacer además de tener sexo. Si vamos a convivir, tenemos que hacer otras cosas.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora