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1 de febrero, 2019

Ya pasamos cuatro días de empezar la tortura que al final estoy disfrutando. Al ser viernes por la noche, los guías del campamento nos dejaron para que hagamos lo que queramos, así que ahora estamos alrededor de una fogata, un viejo llamado Eduardo toca la guitarra y cantamos mientras tomamos algunas cervezas que los líderes nos regalaron.

Kevin está a mi lado derecho, mientras en el izquierdo se encuentran Alan y su prima. Exactamente al frente están Benjamín y María, que cantan y ríen sin parar.

Me parece raro ver a mi ex de esa manera, siempre fue muy serio, incluso aburrido, bastante reservado, ¿qué le pasó? Nota que lo estoy mirando y me guiña un ojo. Rápidamente desvío mi vista a Kevin, que está hablando con un muchacho sobre juegos de Xbox y discutiendo sobre qué consola es mejor.

Alan está comiendo maní y le robo un puñado. Él me sonríe y me ofrece más, pero me niego. Termino de tomar mi cerveza y suspiro. Mi prometido rodea mis hombros con su brazo y me acerca a él.

De repente, justo en medio de la ronda, aparece un sapo. Una chica se levanta y lo agarra con las manos, yo arrugo la nariz porque es algo asqueroso, pero bueno.

—Ojalá se convierta en un príncipe —dice antes de darle un beso. Reprimo mis náuseas por el asco que me da esa escena.

—Olivia, ¿vos besaste a un sapo para tener a ese bombón? —me pregunta María. Ruedo los ojos y decido no responder.

Es obvio que me está provocando, pero no voy a arruinar nada. Falta poco para que nos vayamos y a la vuelta planeo decirle a Kevin que nos mudemos a una casa propia, sin vecinos pegados, sin paredes finas, sin pisos arriba. Solo una casa para nosotros y así alejarnos de esta vecina irritante.

—Yo besé a una rana y se convirtió en Oli, por eso es una princesa —replica Kevin. No puedo evitar sonreír cuando la rubia pone cara de disgusto. Que se joda, ella empezó.

Benjamín suspira y toma un trago de su bebida. Por lo menos él no volvió a dar señales de reconquista, se mantiene lejos y, aunque de vez en cuando dice algo o actúa como si intentara acercarse, no lo hace. Le agradezco mentalmente por haber dejado de ser pesado.

—Te amo —murmuro en el oído de mi novio. Sonríe y me da un beso en la frente.

—Yo más, mi aceituna.

Más entrada la noche, algunos van cayendo rendidos al sueño, así que de a poco se van despidiendo.

—¿Puedo ir a su casamiento? —cuestiona Alan.

Apenas quedamos siete. Kevin y yo, Alan y Julia, María y Benjamín, aunque él ya está durmiéndose, y Eduardo.

—No —responde mi novio con una sonrisa divertida—. Va a ser solo para gente que probó el incesto al menos una vez en su vida.

Me río y el chico se pone rojo como un tomate. Su prima lo agarra y le da un beso en los labios, a pesar de que fue un pico corto y casto, me dieron ganas de vomitar. Qué asco besar a un primo.

—Bueno, supongo que ahora sí estás invitado —le respondo a Alan, que sigue completamente atónito con lo que acaba de pasar.

—Alguien va a tener acción esta noche —murmura Eduardo.

—Ah, como ellos dos el otro día —comenta la rubia señalándonos. Me quedo paralizada—. ¿Pensaste que no íbamos a darnos cuenta? Gritaste más fuerte que la tormenta, nena.

—Ay, Dios —logro decir mirando a Kevin. Este se ríe y se encoge de hombros.

—¿Y qué tiene? Tampoco es para tanto, solo tuvimos sexo, lo normal entre parejas.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora