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6 de febrero, 2019

Kevin resopla mientras camina de un lado al otro y se muerde las uñas. Yo solo lo miro con expresión divertida mientras sigo decorando la diosa de chocolate que acabo de hacer.

—Tranquilo, amor —le digo cuando bufa por quinta vez. Él solo asiente, pero continúa haciendo lo mismo.

Suspiro y guardo el postre en la heladera. Esta noche mi suegro viene a comer a casa, acompañado de mi nueva suegra. Anoche, en el restaurante, nos hicimos los tontos y decidimos no molestarlos, pero esta mañana Kevin recibió un mensaje de su padre avisándole que tenía a alguien a quien presentarle. Es obvio a quién es.

Faltan dos horas para la cena, pero este hombre ya me está poniendo nerviosa. Me acerco a él y lo agarro de los hombros para que se detenga. Me mira con preocupación.

—¿Qué va a decir Joaquín cuando se entere de que mi padre está con su madre? —interroga.

—Mi amor, no puede decir nada. Él dice que su madre no es su madre, solo una mujer que donó su vientre, lo mismo que vos decís.

—¡Pero es que si está con mi papá... es mi madre! —exclama exasperado—. Literal, es mi madre y le voy a tener que decir mamá e intentar recuperar el tiempo perdido...

—No es necesario, Kevin, solo tenés que hacer eso si realmente lo sentís... —respondo tomándolo de la mano y haciendo que se siente sobre la mesa. Resopla.

—Siempre quise tener una mamá —confiesa con voz ronca y mirada triste. No puedo evitar acariciarlo—. Pero cuando era chico. ¿De qué sirve tener una a los treinta y casi dos años? Ya no te arropa, ni te lee cuentos a la noche, ni te ayuda con la tarea o te da consejos sobre cómo se debe tratar a una chica o qué les gusta. ¿De qué sirve tener una madre ahora?

Lo veo tan derrotado que las lágrimas salen de mis ojos sin previo aviso. Lo único que puedo hacer es abrazarlo.

—Te entiendo —murmuro—. Te entiendo tanto... Siento eso mismo, pero por el lado contrario. Mi papá fue igual...

—Juro que cuando tengamos un bebé voy a ser un buen padre... —murmulla. Sollozo y asiento con la cabeza.

—Lo sé, mi amor, vas a ser un excelente padre. —Le doy un pequeño beso y él seca mis lágrimas con suavidad.

—Y vos vas a ser una excelente mamá, aceituna —comenta, provocando que más lágrimas empapen mis mejillas. Él sigue secándolas con delicadeza y me refugio en su pecho mientras me acaricia la espalda.

—Uf, estoy muy llorona. Tengo las hormonas a un nivel impresionante hoy —digo intentando excusar mi sensibilidad. Siento que su pecho vibra por su risita y me da un beso en la coronilla.

—Por supuesto, aceituna. Sé que en tus días no podés parar de llorar y que te gusta ver El rey león —replica. Suelto una carcajada entre sollozos y lo miro.

—¡Es una vergüenza que sepas eso de mí! —exclamo incorporándome y empiezo a limpiar la encimera que dejé sucia con los ingredientes usados.

Él se baja de la mesa y me ayuda.

—Me gusta saber eso de vos, tanto como me gusta saber que no te gusta usar corpiño al dormir, que te gusta leer cuando vas al baño, que cantas sin pensarlo cuando estás distraída y que odias con toda tu alma ser organizada cuando cocinas. —Tira las cáscaras de huevo a la basura y me guiña un ojo.

—Sabés más de mí que yo misma —contesto con expresión divertida y se acerca a mí para darme un breve beso. Intento profundizarlo de a poco, pero me aleja.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora