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Por suerte es una mañana preciosa, hace calor, pero no es sofocante. Él toma mi mano y comenzamos a caminar.

—¿Empezamos por el postre? —interroga señalando a una heladería. Me río y hago un gesto afirmativo, cualquier momento es ideal para tomar un helado.

Entramos y me doy cuenta de que es la heladería a la que vinimos con Lorenzo, cuando apenas estábamos empezando a aceptar nuestros sentimientos. Cruza una mirada divertida conmigo y sé que está pensando lo mismo que yo. Pide sus gustos horribles de menta y crema del cielo y yo pido chocolate con almendras y granizado, como siempre.

Nos sentamos en una mesa apartada, al lado de una ventanilla, y empezamos a comer. Él me patea por debajo de la mesa y me río.

—¿Recordando viejos tiempos? —interrogo con tono interesado. Suelta una carcajada y asiente.

—¿Te acordás cuando te pedí que me besaras? Creo que estaba loco, no sé cómo me animé —comenta con una sonrisa nostálgica.

—Me diste a elegir entre tu papá o vos. Eso sí que es estar loco. —Nos reímos—. Admito que para mantener mi orgullo hubiera besado a tu padre, pero él se dio cuenta de nuestra atracción así que me salvé.

Hace una mueca de asco y finge que tiene arcadas.

—¿En serio hubieras besado a Lorenzo? —cuestiona atónito. Hago un sonido afirmativo.

—Tampoco es que es feo, solo es viejo. Y vas a ser parecido a él cuando seas más grande. —Me llevo un poco de chocolate a la boca y lo veo relamerse los labios—. Viste que dicen que para saber cómo va a ser una persona en el futuro tenés que ver a su padre o madre.

—¿Vos sos parecida a tu mamá? La vi una sola vez, así que no me acuerdo —dice. Asiento con la cabeza y sonrío.

—Soy ella, pero con treinta kilos menos. Mi mamá era gordita, se la pasaba comiendo dulces así que... no me sorprendería que dentro de unos años esté usando ropa enorme —replico encogiéndome de hombros.

—No te vendría mal ser un poquito más gorda, a veces pienso que estás desnutrida.

—¡Tampoco para tanto! —exclamo entre risas—. Estoy bien, tengo los genes de mi papá y eso hace que no engorde, pero viste que me la paso comiendo.

—Cierto. —Ríe por lo bajo y niega con la cabeza imperceptiblemente. Vuelve a mirarme—. Nos casamos dentro de un mes y diez días, ¿estás preparada para ser la señora Romero?

No puedo evitar sonreír y lo miro embobada.

—Olivia Romero, creo que no está tan mal. Prefiero el apellido de mi gran amor antes del de mi papá —comento manteniendo la sonrisa y rascando el fondo del tarrito de helado con la cucharita.

—¿Tu gran amor? —interroga con tono divertido—. ¿Ryan Gosling? —Suelto una carcajada.

—Ese es mi gran amor platónico, galán. Vos sos mi verdadero gran amor. —Sus ojos se iluminan y noto un leve sonrojo en sus mejillas. Ay, Dios, ¡cómo lo amo!—. En cambio, ¿vos estás listo para aguantarme todos los días de tu vida? —Hace una mueca de disgusto fingido y rasca su ceja.

—¡No sé si voy a poder lidiar con tu locura todos los días! —exclama con seriedad, pero esboza una sonrisa traviesa y toma mi mano—. Pero estoy seguro de que quiero intentarlo.

Nos miramos por unos instantes y puedo decir que mi corazón está derritiéndose ante la mirada cargada de amor que me acaba de dedicar.

—Qué raro que no fuiste a la salita hoy —murmura distraído y sin mirarme—. Siempre vas los primeros días del mes para darte la inyección. ¿Vas mañana?

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora