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19 de enero, 2019

Kevin sube el cierre de mi vestido rosa antes de depositar un beso en mi hombro. Me siento tan nerviosa. Todo el mundo sospecha a qué se debe la fiesta, aunque no confirmamos nada.

—Tranquila, aceituna —susurra contra mi oído—. Va a estar todo bien, se van a poner muy contentos.

—Sí, seguro —contesto, dándome vuelta para darle un beso. Arqueo una ceja al ver que todavía tiene su cintura envuelta con una toalla—. ¿No te cambiaste todavía? —interrogo. Él niega con la cabeza—. ¿Y qué esperás? ¡Andá a ponerte ropa que ya están por llegar!

Él se ríe y sale corriendo a toda la velocidad hacia la habitación. Ruedo los ojos y contengo una sonrisa, es tan infantil este hombre. Termino de poner los cubiertos y contar platos cuando el timbre suena. Aliso mi vestido y respiro hondo antes de abrir. ¿Será Lorenzo, mis amigas, Joaquín? Uf, estoy nerviosa.

No era nadie esperado. Básicamente la rubia está con una sonrisa falsa pintada en su rostro, sostiene un plato con algo que se ve asqueroso y tiene esas prendas diminutas que no dejan nada a la imaginación. Resoplo con irritación y ella amplia más la sonrisa.

—Vengo a traer una ofrenda de paz. Un flan casero hecho por mí —dice con esa maldita voz chillona—. Por gemir tan fuerte estos últimos días.

—¿Quién es, amor? —cuestiona Kevin desde la habitación. No respondo.

—Mirá, traé la ofrenda otro día porque en este momento estamos esperando gente. Es muy inoportuno el momento en que llegaste.

—Es que me siento muy mal por masturbarme pensando en tu marido... —Abro los ojos con sorpresa y siento como mi cara se va poniendo roja debido a la furia—. Ah, cierto que todavía no es tu marido. Sería una lástima que nunca llegue a serlo...

—¡Te vas! —le grito con todo el enojo y la empujo—. ¡Andate de mi casa y no vuelvas más! ¿Quién te creés que sos para venir y decirme estas ridiculeces? ¡Andate!

Agarro el plato con el supuesto flan y se lo encajo en la cara. Ella grita y me tira un poco a mí, pero por suerte no me da. A causa del enojo, la mano se me escapa y le doy una cachetada bastante fuerte y sonora que le da vuelta el rostro y a mí me deja ardiendo la palma.

Cuando ella está por devolvérmela, unas manos atrapan las suyas en el aire y la empuja hacia su casa.

—Andá, María, andá a tu casa —dice Kevin con tono molesto—. Y dejá de molestar a Olivia.

La rubia gruñe algo inentendible y abre la puerta de su departamento antes de desaparecer de nuestra vista. El nudo de mi garganta sale en forma de sollozo debido a la bronca contenida y mis lágrimas empiezan a salir. Él me toma entre sus brazos y me da un beso en la coronilla de la cabeza.

Volvemos a entrar a casa y me seca las lágrimas con sus pulgares.

—¿Qué pasó? —interroga—. ¿Qué te dijo para que reaccionaras así?

—La odio, te juro —replico con voz temblorosa. Él espera a que le responda y suspiro—. Me dijo que... ay, que se toca pensando en vos y me dio a entender que va a intentar separarnos para que te quedes con ella.

Kevin se pone tan colorado que me da la sensación de que se le vino la imagen de la rubia a la cabeza. Se aclara la voz y esboza una sonrisa.

—¿Y te pusiste celosa? —cuestiona. Ruedo los ojos y le doy un pequeño empujón—. Sí, te pusiste celosa y me defendiste. Qué ternura. —Me da un beso en la mejilla y me abraza—. ¡Esa es mi aceituna! ¡La que pelea por mi amor! —Me río—. Te amo.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora