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16 de marzo, 2019

Kevin.

Me siento en una de las sillas de plástico ubicadas en el pasillo mientras espero alguna noticia.

Me doy cuenta de que mi pierna se mueve cada vez más rápido, pero no puedo contenerme. Estoy ansioso, nervioso, asustado. Si perdemos a nuestro bebé, me muero. No sé qué voy a hacer, no podría seguir mi vida con normalidad.

¿Por qué no podemos ser felices? ¿Por qué siempre algo tiene que arruinar el momento? ¡Estábamos tan contentos! Fue un día espectacular hasta que... hasta que la encontré tirada en el suelo con las manos ensangrentadas. Sin pensarlo la traje al hospital a toda velocidad, pero no me dejaron pasar, ni siquiera me dicen qué tiene o si está bien.

El reloj marca las cuatro de la madrugada, se supone que en unas horas íbamos a salir de luna de miel, pero ahora no lo sé. Y si no nos vamos, ¿cómo voy a darle la sorpresa que le tengo preparada? Y si pierde al bebé, ni siquiera esa sorpresa la va a poner contenta, vamos a estar destruidos.

¿Habrán sido los nervios? ¿El cansancio? Hoy se movió mucho, quizás eso provocó algo. Siento un nudo en la garganta, creo que esto fue por mi culpa, debería haberla protegido un poco más, quizás no dejar que se moviera tanto, cuidarla. ¿Pero qué clase de marido soy? Por Dios, ¡debería haberle dicho que se mantuviera tranquila!

¿Y si ella se muere? No, no puede morir. Si ella muere, nuestro bebé también y yo no podría seguir sin mi aceituna, no creo que pueda salir adelante si me quedo solo.

Nunca fui religioso, pero no puedo evitar rezar para que todo salga bien, necesito que sea solo un susto o alguna especie de menstruación que quiso salir, no entiendo mucho de esas cosas, pero supongo que puede pasar.

Bufo varias veces, me levanto, me siento, camino por el pasillo con preocupación y sin poder parar de pensar en lo que estará pasando. ¡Quiero una maldita respuesta!

No sé cuánto tiempo pasa hasta que se abre la puerta de su habitación y un doctor sale. Me acerco a él, pero me detengo y camino más lento al ver a Olivia completamente pálida, con los ojos rojos y varios papeles en su mano. Saluda al hombre y este se va. Frunzo el ceño, ¿no debería darme el parte médico? ¿Por qué se va?

Finalmente llego hasta mi mujer y la abrazo antes de que hable. La abrazo con suavidad, se ve tan frágil que me da miedo romperla y la escucho suspirar.

—¿Qué pasó? —pregunto ya sin poder aguantar más—. ¿El bebé está bien?

—Vamos a casa primero, va a ser mejor que te lo diga ahí —replica en voz baja.

Nunca la vi así, realmente parece un fantasma. Esto no me da nada de esperanzas, iba a decirle algo, pero al darme cuenta de que está perdida en sus pensamientos solo suspiro y comenzamos a salir del hospital. Afuera ya está amaneciendo, por lo que deben ser las seis de la mañana, acabo de pasar dos horas de sufrimiento y si llegó a pasar algo sé que ese sufrimiento se va a extender por toda mi vida.

Ayudo a Oli a subir al auto en silencio, aún tiene el vestido del casamiento, no tuvimos tiempo ni para cambiarnos. Cuando ella ya está acomodada, subo al asiento del piloto. Apenas puedo manejar, entre el cansancio y las lágrimas acumuladas en mis ojos, me cuesta bastante ver el camino. Respiro hondo, tampoco es que quiero que tengamos un accidente. Vamos hasta nuestro departamento en el ascensor, ya que Oli no se siente con fuerzas para subir las escaleras. No la culpo, a mí también me cuesta, solo quiero tirarme a la cama y llorar.

Noto que no soltó los papeles en ningún momento y me da curiosidad. Intento buscar su mirada, pero desvía sus ojos y mira hacia abajo.

—Oli, amor, sea lo que sea que haya pasado, vamos a superarlo —decido comentar—. Todo va a estar bien.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora