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26 de febrero, 2019

¿Hay algo más incómodo que una cena familiar? Sí, que esa cena familiar haya sido hecha por Joaquín para hablar sobre el embarazo de su mujer, en su casa, con su padre y mis suegros. Aceptó a su madre bastante rápido, pero sigue llamándola por su nombre. También están los padres de Estela, ¿qué habrán pensado al saber que engañó a su ex con su hermano? Tengo ganas de meter la cabeza en tierra para ver si me traga.

Kevin mueve la pierna por debajo de la mesa y le lanzo miradas para que se quede quieto, pero es imposible.

Observo a Estela con atención, todavía no tiene panza, ni siquiera parece tener síntomas de malestar. Incluso se ve mucho más hermosa. Por otro lado, Joaquín se ve mal, es como si hubiera envejecido diez años en dos días. Aun así, no pierde el brillo en la mirada cada vez que ve a su mujer.

En la mitad de la cena, mi cuñado se aclara la voz y llama la atención de nosotros.

—Bueno... Saben que no suelo hacer reuniones familiares. —Suelta una risita nerviosa—. Pero esta vez es una cena muy especial. —Toma la mano de Estela que está sobre la mesa y ella sonríe con timidez—. Queremos anunciarles a todos que vamos a ser papás.

Los familiares hacen un jadeo de sorpresa, aplauden y se acercan para felicitarlos. Yo tengo que hacer de cuenta que Kevin no me dijo nada porque se supone que era secreto, así que imito a los demás. Abrazo a Joaquín y le doy un beso a Estela.

—Dicen que los embarazos son contagiosos —comenta Lorenzo saliendo detrás de la chica y haciéndome saltar del susto—. Bueno, sé que soy feo, pero tampoco para que te asustes de esa manera.

Mi cuñada y yo estallamos en carcajadas y nos alejamos del hombre que sigue mirándonos de manera rara.

Cuando las felicitaciones terminan, nos sentamos nuevamente a comer, esta vez el postre que trajo Guadalupe. Me salvé de cocinar.

Sirve la tarta de frutillas y crema, pero no puedo evitar hacer una mueca de asco al dar el primer bocado. Menos mal que nadie se dio cuenta.

—No me gusta —murmuro en el oído de Kevin. Me mira como si estuviese loca.

—Oli, está buenísimo, ¿cómo que no te gusta? —cuestiona sorprendido. Me encojo de hombros.

—No me gustan las frutillas —confieso. Hace una mueca de incredulidad—. Solo me gustan cuando las como a mi manera, con caramelo, cortadas en rodajas finas, decoradas con crema y almíbar.

—No te creo, en la pastelería te la pasas comiendo frutillas cuando hacés tarta —comenta cruzándose de brazos.

—Las pruebo para ver si están frescas y son de buena calidad, pero no me gustan.

Intento comer otro pedacito, pero el asco es tremendo. Contengo una arcada y mi acompañante arquea las cejas.

—No comas si no te gusta, Oli —murmura—. Decí que estás llena o algo de eso.

Observo cómo los demás comen sin parar, incluso Estela, y ella me pide la porción que dejé para comerla. Creo que el embarazo le abrió el apetito.

—¿No te gustó? —cuestiona mi suegra con algo de tristeza.

—No es eso —contesto rápidamente—. Es que no me gustan las frutillas y además estoy bastante llena.

—Ah, qué raro, porque le pregunté a Kevin si te gustaban las frutillas y me dijo que sí —comenta mirando a su hijo, quien se pone absolutamente rojo.

—Supongo que se me mezclaron las frutas. Tenía entendido que no le gustaban los duraznos y las frutillas sí, pero al parecer es al revés —se defiende mi novio.

Las galletas de los deseos |EcdC#2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora