Grace:
Mi capacidad para respirar al oír esas palabras fue casi nula. El aire definitivamente me faltaba.
Vamos, te negaré la posibilidad de verme hundida.
— ¿Qué tienes que decir con respecto a eso hermanita?—enarcó una ceja cruzándose de brazos frente a mí—. No tienes escapatoria.
Pensé en permanecer en silencio, pero ya la intriga y el miedo me carcomían las entrañas.
—Digamos que sí—me encogí de hombros—, me tienes. Ya que tanto esperaste por este momento, ven—palpé un lado de la cama—; siéntate a mi lado y cuéntame tu versión.
Ya pasará, no aguantaba la risa en plena actuación de hermana comprensiva. Claro que la angustia y el golpe en la cabeza tal vez habían cambiado de alguna manera mi actitud. Su mirada castaña me aventó interrogantes, pero a ninguna presté atención hasta que al fin, ese chico duro había cedido.
— ¿Cuál es el truco?—preguntó en total desconfianza—. Estoy empezando a creer que realmente estás loca.
Yo no lo sé, tú tampoco. Sí, puede que loca esté, por ser libre y por deleitarme con el sabor del triunfo.
—Mi locura y mi cordura se separan por un hilo bastante delgado—mencioné—. Tú dime qué lado detestas y prometo usarlo especialmente contigo.
Creía que con aquellas palabras sus ojos se entornarían de inmediato o una de sus sonrisas sarcásticas haría que la tensión se esfumase. Pero eso, precisamente desvaneció todo lo que tenía por decirle.
—A veces—comenzó—, en las noches miro tras la ventana y entre la nada intento encontrar la razón de tu rechazo hacia mí. Por más que pienso no comprendo ese rencor que lleva mi nombre en ti, y llego a tu puerta en busca de un perdón pero me detengo—me miró a los ojos y supe que cada palabra brotaba de su alma—, porque nunca recuerdo mi verdadero error.
Otra vez callaba, pues estaba conmocionada, dudando de todo ahora mismo con su declaración. Puede que eso fuese real, constantemente al no conciliar el sueño veía una tenue sombra que se movía bajo la puerta de mi habitación.
¿Era posible que ambos ignoráramos la razón de nuestra tan larga distancia?
—Grace—murmuró—, ya casi anochece. Es momento de preguntártelo—hizo una pausa y se acercó más—. ¿Qué te he hecho? Dime ahora, si en nuestra niñez éramos felices tomados de la mano o rodando en el césped, ¿por qué me miras con tanto desprecio?
No lo pienses, no lo midas.
—Es imposible que no lo sepas, Adams—comenté intentando no vomitar todo lo que había callado—. Tal vez las adulaciones que han hecho mis padres en tu nombre te hayan provocado la amnesia que yo finjo.
Mi respiración fue agitándose, aunque eso no logró detenerme.
—La maldita lucha mental entre superarte, ser tú o ser yo me ha perseguido—articulé frívola—. De nuestro lazo de hermandad solo quedaron trozos, ya sea porque tú, ellos o yo así lo hayamos hecho.
Sus ojos comenzaron a brillar, y los destellos de nostalgia se hicieron visibles. No Adams, no voy a detenerme.
—Por eso ya jamás supe quién era, quién podía ser y quién ya no—declaré—. No te odio, ni a mis padres. No sé odiar a quienes en algún momento me hicieron feliz, aun así esos recuerdos ya fueron guardados en un profundo baúl.
— ¿Dónde quedó la niñita que bailaba entre risas?—apenas dijo buscando mis manos con las suyas.
Sonreí recordando aquello.
ESTÁS LEYENDO
Dreamy Girl Dancer © (Editando)
Teen FictionATENCIÓN: En esta historia se encuentran disponibles para lectura al público solo los capítulos enumerados. El resto está sujeto a modificaciones o eliminación definitiva. Cuando Grace Smith, una bailarina con escasos recursos económicos que lucha c...