10.- Reencuentros no compartidos

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(Arriba foto de Emma 7u7)

Jhon:

Sus palabras histéricas resonaban como ecos lejanos. Mis cinco sentidos tan solo se concentraban en lo hinchado de sus labios, en los tenues susurros de un océano oculto que me aclamaba a mí, y a un roce que siempre que lo pidiese yo le concedería.

Aun comprimiendo el dolor punzante en mi costilla, mis labios palpitaban anhelando más de los suyos. ¿Qué tenían esos que otro par no podría ofrecerme?

Esperaba, que nada en particular.

—¡¿No pretendes decir nada más?!—apenas logré oír—. ¡Me estafas y no dirás nada más!

¿Qué más tenía por decirle? Prefería guardar silencio hasta que sus puños me aseguraran no darle más caricias a mi abdomen.

— ¿Qué más quieres que te diga?—pude contener la risita que pretendía delatarme—. Ah claro, necesitas saber cuál es la otra parte que debes darme para conseguir el resto de tu salvación.

Ya me era posible percibir el modo en que el sonido de sus gruñidos acrecentaba.

Respiró hondo, como si de practicar yoga en pleno mal momento se tratara, hizo a un lado el cuaderno que con todo mi amor le había facilitado y caminó hacia mí con suma lentitud. Alguien necesitaba desesperadamente otro beso que la hiciese perder toda noción de tiempo, espacio, y por supuesto, aquello de lo que ella presumía, dignidad.

O era posible que sus intenciones no fuesen positivas. Eso había logrado demostrarme cuando sus manos cubrían mi cuello y me zarandeaban, era un gran acto de valentía intentar asesinarme, aunque no había planificado una muerte tan triste como la asfixia.

— ¿Vas a intentar matarme sin saber siquiera dónde están las demás notas?—interrogué en un hilo de voz mientras el aire comenzaba a faltarme—. Pareces tan astuta y brusca al mismo tiempo, pero no lo demuestras demasiado cuando ya has caído en mis trampas.

Sus labios se alineaban tensos, y sus ojos avellana ardían, reclamándome algo que no podía descifrar.

—El día que sepas que tan malo quieres ser conmigo—amenazó entre dientes—, te dejaré respirar tranquilo.

En el intento de ablandar su agarre, supe que esos eran los segundos que la harían mi víctima. Otra vez. Porque con ella tan solo eran necesarios instantes fugaces, para hacerla prisionera de su propio juego.

Ahora ella era encarcelada por mis brazos, una vez más lograba retener con mis propias manos todo el brío de una mujer que se imponía sin miedo a nada. Su esencia era tan fuerte, que me quemaba las palmas sin tanto esfuerzo. Su espalda daba contra la columna de concreto, y mi sonrisa le demostró que si quería ser hábil, conmigo tendría que practicar mucho más.

—No eres débil Smith—le murmuré al oído—, solo no conoces todavía mi talón de Aquiles.

Y sucedió lo que creí imposible, pues de sus labios se deslizó una sonrisa en la que me prometía saber que cuándo quisiera, ella lograría erizarme la piel. Comenzó a intentarlo imitándome, seduciéndome sin deseo en su mirada, seduciéndome a la fuerza.

— ¿No es esto lo que quieres?—susurró por primera vez tan cerca de mi rostro que la sentía vibrar—. Que te imite, que juegue a lo que propones deseoso—esto lo articuló tan minuciosamente que me era difícil no observar cómo lo hacía—. Eso es, mírame, observa cómo lo que tanto deseas volver a sentir te hace esclavo de todo el sabor que en minutos te prometió.

No. No iba a ser esclavo jamás de nada que no fuese mío desde el principio. Pero cómo anhelaba sentirla besándome otra vez, en contra de su voluntad, porque tan solo ese hecho lo hacía tan exquisito. Tal vez esa era la razón de que nadie en particular le hubiese proporcionado tanto deleite a mis labios hambrientos.

Dreamy Girl Dancer © (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora