11.- Conversaciones anormales

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(En multimedia foto de Elizabeth 7u7)

Jhon:

No sabía si sus palabras daban en el blanco de mi situación, pero si así era, detestaba el hecho de que lo supiera, de que me hubiera captado al fin en un momento donde irradiaba debilidad.

— ¿Por qué estás aquí?—interrogué sin mirarle—. ¿No te enseñaron a respetar la intimidad de los desconocidos?

Su risa fue breve e irónica, aunque había logrado contagiarme en ese instante en el que en verdad, reírme sería lo menos pensado y realizado.

— ¿Hablas de respetar intimidad?—hizo un extraño sonido con la boca burlándose—, ¿en serio tú estás preguntándome eso? Claro, el imbécil que ha invadido mi privacidad en tantas ocasiones se altera cuando la afectada lo imita una vez.

A duras penas logré sonreír ante su reproche tan oportuno, sin embargo continuaba con la cabeza hundida entre mis brazos. No permitiría que se diera el lujo de notar mis ojos llorosos, ni mi semblante para nada amistoso y seductor. Sería como si aquel Jhon que tantas veces le había robado el corazón y las conductas groseras, hubiese desaparecido en solo segundos.

—Sé que detrás de esa desfachatez que proyectas, se oculta un hombre que teme a mostrarse vulnerable—comentó con una calma que no conseguía creer que surgiera de sus labios—. Sé también que las pesadillas azotan tus noches, y podría jurar que al menos una vez has huido de todo para convencerte de que no existe.

Permanecía en silencio sin observarla. Me apenaba la verdad, pues ella me había descifrado antes que yo mismo, me describía como si de alguna forma toda mi desgracia ya ella la tuviese cosida en la piel, y la reviviera día tras día en carne viva.

— ¿A qué tanto le temes?—indagó acercándose, sentí como su mano rozaba el brazo que me cubría el rostro.

—Al yo que no conozco—respondí quitando la barrera que me separaba de la luz, y de verle.

Sus dulces ojos me esperaban tímidos, la oscuridad no nos cubría como de costumbre, en ello la claridad me permitía visualizar sin censura el rostro de la mujer que había besado la noche anterior. Tan angelical, tan divino que lo creía intocable. En sus cuerdas vocales habían vibrado las palabras más condescendientes en mi dolor, a alguien que jamás ha recibido consideraciones de nadie. Me sorprendía que fuese ella quien entendiese tan bien la agonía de un hombre que solo con su mala suerte ha jugado, así como odiaba y adoraba al mismo tiempo que nuestro encuentro de esencias le hubiese dado tantas armas para atacarme y hacerme personaje principal de sus burlas mentales.

Sin embargo, la candidez en su mirar no evocaba nada parecido a hipocresía.

Fijamos la mirada uno en el otro, mientras yo temía a que mis pestañas no se hubiesen secado del todo; detallando cada facción en espera a que alguno fuese digno de pronunciar aquellas palabras que nos sacaran del momento. Pero, no había ocurrido hasta entonces.

Ni cerca ni lejos estábamos, y nuestras intenciones solo podían dibujarse con el silencio. Las mías las conocía muy bien, pues todo conspiraba en favor de que mis arrebatos les obedecieran a ellas. Mis labios oían lo que flotaba en mi mente, con ello comenzaban a arder observando los suyos y mis pies me empujaban a un pozo sin fondo al que complacido, quería aventarme.

Al darse cuenta de mi extraña cercanía y de mis visibles pretensiones dio un paso atrás y desvió la mirada.

Tus apuntes deberían ser parte de un museo—comentó tomando sus cosas dispuesta a marcharse—, realmente parecen jeroglíficos antes que letras formando palabras.

Dreamy Girl Dancer © (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora