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No todo lo que la señora Bennet, con ayuda de sus cinco hijas, preguntó sobre el asunto bastó para sonsacar a su marido una descripción satisfactoria sobre el señor Bingley. Lo atacaron de varias formas, con preguntas descaradas, suposiciones ingeniosas y remotas conjeturas; pero el señor Bennet consiguió eludir la astucia de todas ellas, y su esposa y sus hijas tuvieron por fin que aceptar la información de segunda mano de su vecina, lady Lucas. El informe de ésta fue más que favorable. El señor Bingley había causado a sir William una excelente impresión. Era muy joven, extraordinariamente apuesto y, para remate, iba a asistir al próximo baile acompañado por un nutrido grupo de amigos. ¡Qué maravilla!

—Si lograra ver a una de mis hijas instalada en Netherfield —comentó la señora Bennet a su marido—, y a las otras bien casadas, no podría pedir más.

—Y si yo lograra ver a las cinco sobrevivir a las vicisitudes que afligen actualmente a Inglaterra, yo tampoco podría pedir más —respondió el señor Bennet.

Al cabo de unos días el señor Bingley devolvió la visita del señor Bennet, permaneciendo unos diez minutos con él en su biblioteca. El señor Bingley había confiado en ver a las jóvenes Bennet, sobre cuya belleza y dotes guerreras había oído hablar, pero sólo vio al padre. Las jóvenes fueron más afortunadas, pues pudieron observar desde una ventana superior que el señor Bingley lucía una casaca azul, montaba en un caballo negro y portaba una carabina francesa a la espalda, un arma muy exótica para un inglés. No obstante, a juzgar por la torpeza con que la manipulaba, Elizabeth dedujo que había recibido escasa instrucción en el manejo de un mosquete o en la práctica de las artes mortales.

A los pocos días los Bennet enviaron al señor Bingley una invitación para almorzar. La señora Bennet había planificado el menú que la acreditaría como una excelente ama de casa, cuando llegó una respuesta que dio al traste con sus planes. El señor Bingley tenía que trasladarse al día siguiente a la ciudad, por lo que no podía aceptar el honor de su invitación, etcétera. La señora Bennet estaba desconcertada. No imaginaba qué asunto podía llevar al señor Bingley a la ciudad a los pocos días de haber llegado a Hertfordshire. Lady Lucas aplacó un poco sus temores sugiriendo que el joven habría ido a Londres para reunir a un numeroso grupo de amigos con los que asistir al baile; y a los pocos días se enteraron de que el señor Bingley iba a acudir a la fiesta acompañado por doce damas y siete caballeros. Las jóvenes Bennet se lamentaron del nutrido caballeros. Las jóvenes Bennet se lamentaron del nutrido número de damas, pero se consolaron al averiguar que en lugar de doce, el señor Bingley había traído sólo a seis damas desde Londres: sus cinco hermanas y una prima. Y cuando la comitiva entró en el baile, resultó que el grupo se componía sólo de cinco personas: el señor Bingley, sus dos hermanas, el marido de la mayor, y otro caballero.

El señor Bingley era apuesto y ofrecía el aspecto de un caballero; tenía un rostro agradable y un talante afable y educado. Sus hermanas eran muy distinguidas, vestidas a la moda, pero con un aire que revelaba escasa formación en materia de combate. Su cuñado, el señor Hurst, presentaba simplemente el aspecto de un caballero; pero su amigo, el señor Darcy, no tardó en atraer todas las miradas de los presentes debido a su elevada estatura, su elegancia, sus armoniosas facciones y su porte aristocrático. A los cinco minutos de que apareciera empezó a circular la noticia de que había exterminado a más de un millar de innombrables desde la caída de Cambridge. Los caballeros comentaron que era un hombre de aspecto distinguido, las damas declararon que era mucho más guapo que el señor Bingley y lo contemplaron con gran admiración, hasta que la actitud de éste hizo que su popularidad mermara, pues comprobaron que era arrogante, que se creía superior a todos los presentes, y mostraba un aire de evidente disgusto.

El señor Bingley se apresuró a saludar a todas las personas más importantes que había en la sala; era un joven alegre y extravertido, no se perdió un baile, se mostró contrariado de que extravertido, no se perdió un baile, se mostró contrariado de que la fiesta terminara tan pronto y dijo que organizaría un baile en Netherfield. Y aunque no poseía la destreza del señor Darcy con la espada y el mosquete, sus admirables cualidades bastaron para granjearle la admiración de los asistentes. ¡Que diferencia con el señor Darcy! Éste era el hombre más arrogante y desagradable del mundo, y todos confiaban en que no volviera a poner los pies allí. La señora Bennet fue una de las personas que se manifestó con más virulencia contra el señor Darcy, no sólo por la pésima impresión que le causó su comportamiento sino porque había desairado a una de sus hijas. 

Orgullo y prejuicio y zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora