Los modales del coronel Fitzwilliam fueron muy admirados
en la casa del párroco, y las damas supusieron que su presencia
haría que sus veladas en Rosings resultaran más amenas. No
obstante, pasaron varios días sin que recibieran una invitación
para ir allí, pues mientras hubiera visitantes en la casa, ellos no
eran necesarios; y no fue hasta el día de Pascua, casi una
semana después de la llegada del coronel, cuando tuvieron el
honor de recibir la invitación de marras, la cual especificaba tan
sólo que cuando salieran de la iglesia fueran a pasar la tarde en
Rosings.
Como es natural, la invitación fue aceptada, y a la hora
adecuada se reunieron en el salón de lady Catherine con ésta y
sus parientes. Su señoría los recibió educadamente, pero estaba
claro que su presencia no era tan apreciada como cuando no
había nadie más.
El coronel Fitzwilliam se mostró muy contento de verlos,
pues cualquier novedad era acogida por éste con satisfacción,
aparte de sentirse muy atraído por la bonita amiga de la señora
Collins. El coronel se sentó junto a Elizabeth y departió con ella
tan agradablemente sobre los combates en Manchester, la
maravilla de unas nuevas armas mecánicas y sus métodos
favoritos de aniquilar a innombrables, que Elizabeth pensó que
nunca se había divertido tanto en esa habitación. Conversaban
tan animada y fluidamente, que atrajeron la atención de lady
Catherine y del señor Darcy. Éste los había mirado
reiteradamente con curiosidad, una curiosidad que su señoría, al
cabo de un rato, compartió abiertamente, pues observó sin
reparos:
—¿Qué dice usted, Fitzwilliam? ¿De qué está hablando?
¿Qué le dice a la señorita Bennet? Deseo escucharlo.
—Hablamos de las artes mortales, señora —contestó el
coronel cuando no pudo evitar responder.
—¡De las artes mortales! Entonces hable en voz alta, pues
es un tema que me interesa. Si hablan de las artes mortales,
deseo participar en la conversación. Hay pocas personas en
Inglaterra que disfruten con ellas más que yo, o que posean una
mayor habilidad natural a la hora de practicarlas. De habérselo
permitido su salud, estoy segura de que Anne se habría
convertido en una gran exterminadora de zombis. ¿Hace
Georgiana progresos en su adiestramiento, Darcy?
El señor Darcy habló con afecto y admiración de la destreza
de su hermana con la espada, en primer lugar, y luego con el
mosquete Brown Bess.
—Me alegra mucho saberlo —dijo lady Catherine—. Dígale
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Orgullo y prejuicio y zombis
RomanceVersion de Jane Austen y Seth Grahame-Smith «Es una verdad universalmente reconocida que un zombi que tiene cerebro necesita más cerebros». Así empieza Orgullo y prejuicio y zombis, una versión ampliada de la clásica novela de Jane Austen, sólo que...