La discusión sobre la oferta del señor Collins casi había
llegado a su fin. El caballero en cuestión apenas dirigió la palabra
a Elizabeth, y durante el resto del día dirigió sus asiduas
atenciones a la señorita Lucas, cuya educación al escucharle
constituyó un grato alivio para todos ellos, y especialmente para
su amiga. Charlotte parecía halagar al señor Collins prestándole
una atención casi inaudita.
El día siguiente no mejoró el mal humor ni la mala salud de la
señora Bennet. El señor Collins mostraba también el mismo aire
de orgullo herido. Elizabeth confiaba en que su resentimiento le
obligara a acortar su visita, pero sus planes no parecían verse
afectados por lo ocurrido. El señor Collins tenía previsto irse el
sábado, y se proponía quedarse hasta el sábado.
Después de desayunar, las jóvenes se retiraron al dojo para
desmontar y limpiar sus mosquetes, una tarea que llevaban a
cabo cada semana. Armadas con ellos, partieron para Meryton
para averiguar si el señor Wickham había regresado, y para
lamentar su ausencia del baile en Netherfield.
Apenas se habían alejado un kilómetro de Longbourn
cuando Kitty, que había decidido llevar la delantera, se detuvo
bruscamente, indicando a las otras que hicieran lo propio. Kitty
empuñó su mosquete, pero ni Elizabeth ni sus otras hermanas
sabían contra qué apuntaba, pues la carretera estaba despejada
y nada hacía sospechar que fueran a atacarlas. Al cabo de unos
momentos, salió un chimpancé apresuradamente del bosque a la
derecha de las jóvenes. El animal echó a correr a través del
sendero con notable rapidez, antes de desaparecer entre los
árboles a la izquierda. Al verlo, Lydia no pudo por menos de
romper a reír.
—Querida Kitty, ¿cómo podemos darte las gracias por
evitar que nos hicieran cosquillas en los dedos de los pies?
Pero Kitty no depuso su mosquete, y al cabo de unos
instantes apareció un segundo chimpancé, que atravesó el
camino con idéntica celeridad. A los pocos segundos
aparecieron un par de comadrejas, seguidas por una mofeta y
una zorra y sus cachorros. Siguieron apareciendo otros animales,
en un número creciente; parecía como si Noé los hubiera
llamado, ofreciéndoles refugio contra un diluvio invisible. Cuando
aparecieron unos ciervos brincando a través del sendero, las
otras hermanas apuntaron con sus mosquetes hacia los árboles,
dispuestas a enfrentarse a la legión de zombis que sospechaban
que no tardarían en aparecer.
El primero era una mujer joven, que había muerto
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Orgullo y prejuicio y zombis
RomanceVersion de Jane Austen y Seth Grahame-Smith «Es una verdad universalmente reconocida que un zombi que tiene cerebro necesita más cerebros». Así empieza Orgullo y prejuicio y zombis, una versión ampliada de la clásica novela de Jane Austen, sólo que...