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Las damas de Longbourn no tardaron en presentar sus

respetos a las de Netherfield. Los agradables modales de Jane

conquistaron las simpatías de la señora Hurst y la señorita

Bingley; y aunque la madre les parecía insoportable, y

consideraban que no merecía la pena conversar con las

hermanas menores, ambas expresaron el deseo de profundizar

en su trato con las dos mayores. Jane recibió esa noticia con

gran satisfacción, pero Elizabeth seguía viendo cierta altanería en

el trato que ambas damas dispensaban a todo el mundo. Quedó

muy claro, cuando se reunieron, que el señor Bingley sentía

admiración por Jane, tanto o más que el hecho de que Jane se

estaba enamorando profundamente de él, pero se alegraba al

pensar que no era probable que los demás se dieran cuenta de

ello. Elizabeth se lo comentó a su amiga, la señorita Lucas.

—Quizá sea agradable —respondió Charlotte—, pero a

veces es una desventaja mostrarse tan reservada. Si una mujer

oculta con tanta habilidad su afecto al hombre merecedor de él,

es posible que pierda la oportunidad de cazarlo. Nueve veces de

diez conviene que una mujer muestre más afecto del que siente.

No cabe duda de que a Bingley le gusta tu hermana, pero si ésta

no le alienta, puede que el asunto no pase de una mutua

atracción.

—Jane le alienta en la medida en que su carácter se lo

permite. Recuerda, Charlotte, que ante todo es una guerrera, y

luego una mujer.

—En fin— contestó Charlotte—, deseo de todo corazón

que Jane tenga éxito en esa empresa; y si se casara mañana con

Bingley, creo que tendría tantas probabilidades de ser feliz como

si se pasara doce meses estudiando el carácter del joven. La

felicidad en un matrimonio depende totalmente de la suerte, y es

mejor conocer los menos defectos posibles de la persona con

quien pretendes compartir tu vida.

—Me haces reír, Charlotte, pero lo que dices es una

insensatez. Lo sabes bien, y tú jamás te comportarías de esa

forma. —Ten presente, Elizabeth, que no soy una guerrera como

vosotras. Soy simplemente una chica tonta de veintisiete años y

soltera.

Ocupada como estaba en observar las atenciones del señor

Bingley hacia su hermana, Elizabeth estaba lejos de sospechar

que ella misma era objeto de cierto interés a los ojos del amigo

de Bingley. Al principio el señor Darcy había pensado que

Elizabeth apenas era físicamente agraciada; durante el baile la

Orgullo y prejuicio y zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora