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Hasta que Elizabeth entró en el salón de Netherfield y buscó

en vano al señor Wickham entre el numeroso grupo de oficiales

que se había reunido allí, no había dudado de que asistiría al

baile. La joven se había vestido con más esmero de lo habitual, y

se sentía optimista y dispuesta a conquistar los recovecos del

corazón del caballero que aún no se hubieran rendido a ella,

confiando en que la empresa no resultara más ardua de lo que

fuera capaz de conseguir en el transcurso de una velada. Pero de

pronto la asaltó la angustiosa sospecha de que Bingley hubiera

omitido invitar al señor Wickham para complacer a Darcy; y

aunque ese no era el caso, el motivo de su ausencia fue aclarada

por Denny, el amigo de Wickham, que les explicó que éste se

había visto obligado a partir el día anterior a la ciudad para

asistir a la demostración de un nuevo carruaje que ostentaba la

ventaja de ser inmune a los ataques de los infames monstruos.

Eso aseguró a Elizabeth que Darcy no era responsable de la

ausencia de Wickham, y la inquina que sentía hacia el primero se

vio intensificada por su profundo desengaño. La joven decidió

abstenerse de conversar con él.

Tras relatar sus cuitas a Charlotte Lucas, a quien no había

visto desde hacía una semana, no tardó en abandonar

voluntariamente su tristeza y entretenerse señalando a su amiga

las rarezas de su primo. Los dos primeros bailes, sin embargo,

sumieron de nuevo a Elizabeth en la desolación, pues fueron

humillantes. El señor Collins, patoso y exageradamente obeso, le

produjo tanta vergüenza y congoja como puede proporcionarlas

una desagradable pareja durante un par de bailes. El momento

en que logró librarse de él le produjo una intensa alegría.

A continuación bailó con un oficial, y tuvo la satisfacción de

hablar de Wickham y de enterarse de que sus compañeros

sentían gran simpatía por él. Cuando esos bailes concluyeron,

sentían gran simpatía por él. Cuando esos bailes concluyeron,

regresó junto a Charlotte Lucas, con quien se hallaba

conversando cuando se le acercó el señor Darcy, que

sorprendió a la joven pidiéndole que bailara con él. Sin darse

cuenta de lo que hacía, Elizabeth aceptó. Posteriormente el

señor Darcy se alejó de inmediato, dejando a Elizabeth

preocupada por su falta de presencia de ánimo. «¡Si el maestro

Liu hubiera presenciado ese desliz...! —pensó—. Me habría

propinado al menos veinte azotes y me habría obligado a subir y

bajar veinte veces los mil escalones de Kwan Hsi!»

Orgullo y prejuicio y zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora