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Comoquiera que nadie puso ninguna objeción a la cita que

habían concertado con su tía, el coche transportó al señor

Collins y a sus cinco primas, a una hora apropiada, a Meryton.

Cuando pasaron frente al campo de criquet y el abrasado

bosque que señalaba la última morada de Penny McGregor, la

cháchara intrascendente que habían mantenido los ocupantes del

carruaje cesó bruscamente, pues ninguno de los seis podía dejar

de pensar en la noticia que habían recibido esa mañana en

Longbourn. El padre de Penny, enloquecido de dolor, se había

arrojado a una tina que contenía perfume hirviendo. Cuando sus

aprendices habían conseguido sacarlo de la tina, el hombre

estaba gravemente desfigurado y ciego. Los médicos no estaban

seguros de que lograra sobrevivir, o desprenderse del hedor.

Los seis guardaron un respetuoso silencio hasta que llegaron a

las afueras de Meryton.

Al alcanzar su destino, el señor Collins se entretuvo mirando

a su alrededor con admiración, tan impresionado por el tamaño

y los muebles del apartamento, que dijo que era casi como

hallarse en uno de los salones de lady Catherine. La señora

Philips sintió todo el impacto del cumplido, conociendo como

conocía la propensión de lady Catherine a liquidar a los

innombrables, la cual, según creía la señora Philips, excedía

incluso la de sus sobrinas.

Mientras describía a la señora Philips la grandeza de lady

Catherine y su mansión, en la que había hecho importantes

mejoras, incluyendo un suntuoso dojo, así como unas nuevas

dependencias para su guardia personal de ninjas, el señor Collins

pasó un rato muy agradable hasta que los caballeros se

reunieron con ellos. El señor Collins halló en la señora Philips a

una interlocutora muy atenta, cuya opinión sobre la vaha de éste

aumentó a medida que averiguaba más datos, y que estaba

decidida a contárselo todo a sus vecinas en cuando tuviera

ocasión. A las jóvenes, que no podían escuchar a su primo sin

enumerar en silencio los incontables métodos que podían utilizar

para matarlo, el rato de espera se les hizo interminable. Por fin

concluyó. Los caballeros se acercaron a ellas, y cuando el señor

Wickham entró en la habitación, Elizabeth sintió como si le

hubieran asestado un fortísimo golpe. Le causó una impresión

tan honda, que pese a su exhaustivo adiestramiento, su

naturaleza femenina seguía siendo susceptible al influjo del

caballero en cuestión. Los oficiales del condado eran por lo

general unos jóvenes muy agradables y caballerosos; pero el

Orgullo y prejuicio y zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora