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—Confieso —dijo el señor Collins— que no me habría

sorprendido que su señoría nos hubiese invitado el domingo a

tomar el té y pasar la velada en Rosings. Conociendo como

conozco su afabilidad, suponía que lo haría. ¿Pero quién iba a

imaginar tantas atenciones? ¿Quién iba a decir que recibiríamos

una invitación para cenar allí inmediatamente después de que

ustedes llegaran?

—A mí no me sorprende lo ocurrido —terció sir William—,

pues la extraordinaria destreza en las artes mortales y exquisita

educación de su señoría son conocidas en todas las cortes

europeas.

Durante el resto del día y la mañana siguiente apenas

hablaron de otra cosa que de su visita a Rosings. El señor

Collins les informó puntualmente sobre lo que verían, a fin de

que las suntuosas habitaciones, el elevado número de sirvientes,

una guardia personal compuesta por veinticinco ninjas y la

espléndida cena no los abrumara.

Cuando las damas se retiraron para arreglarse, el señor

Collins dijo a Elizabeth:

—No se preocupe, querida sobrina, por su atuendo. Lady

Catherine no nos exige que vistamos tan elegantemente como

ella y su hija. Le aconsejo que se ponga simplemente sus

mejores ropas, con eso basta. Lady Catherine no la juzgará por

ir vestida con sencillez, al igual que no la juzgará por poseer unas

habilidades en materia de combate muy inferiores a las suyas.

Ofendida, Elizabeth crispó las manos, pero por afecto por su

amiga que tenía un pie en la tumba, se abstuvo de responder y

de echar mano de su espada.

Mientras se vestían, el señor Collins se acercó dos o tres

veces a las puertas de sus habitaciones, para recomendarles que

se apresuraran, pues a lady Catherine le desagradaba que la

hicieran esperar para cenar.

Como hacía buen tiempo, dieron un agradable paseo de un

kilómetro a través del parque.

Cuando subieron los escalones de la mansión, la inquietud

de María aumentaba por momentos, e incluso sir William parecía

un tanto nervioso. A Elizabeth no le flaquearon las fuerzas, por

más que le había oído incontables historias sobre las proezas de

lady Catherine desde que tenía edad suficiente para esgrimir su

primera daga. La mera majestuosidad del dinero o del rango no

la impresionaba, pero la presencia de una mujer que había

aniquilado a noventa innombrables tan sólo con una funda

Orgullo y prejuicio y zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora