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Sir William permaneció sólo una semana en Hunsford, pero

su visita fue lo suficientemente larga para convencerle de que su

hija se sentía muy a gusto allí. El señor Collins dedicó las

mañanas a pasear a su suegro en su calesa, para enseñarle la

campiña; pero cuando sir William partió, toda la familia reanudó

sus quehaceres habituales.

De vez en cuando tenían el honor de recibir la visita de lady

Catherine, a quien no se le escapaba detalle durante esas visitas.

Le preguntaba sobre sus menesteres, inspeccionaba sus trabajos

y les aconsejaba lo que debían hacer; criticaba la disposición de

los muebles, o detectaba los descuidos de la doncella; y cuando

se dignaba aceptar un refrigerio, parecía hacerlo sólo con el fin

de averiguar si los cuartos de carne que compraba la señora

Collins eran demasiado grandes para la familia.

Elizabeth no tardó en percatarse de que, aunque esa

imponente dama ya no participaba en la defensa diaria de su

país, era una autoridad muy activa en su parroquia. Los detalles

más nimios de ésta le eran referidos por el señor Collins, y

más nimios de ésta le eran referidos por el señor Collins, y

cuando le contaba que un aldeano era un pendenciero, un

insatisfecho o demasiado pobre, su señoría visitaba la aldea para

implorarles que resolvieran sus diferencias, blandiendo su

poderosa espada y amenazándolos con resolverlos ella misma.

Las cenas en Rosings se repetían unas dos veces a la

semana; y, teniendo en cuenta la ausencia de sir William, y

puesto que sólo se montaba una mesa de juego por la noche,

cada cena era una copia exacta de la anterior. En cierta ocasión,

lady Catherine pidió a Elizabeth que los entretuviera

ofreciéndoles una exhibición de lucha con uno de los ninjas de su

señoría.

La exhibición tuvo lugar en el gran dojo de lady Catherine,

por el que su señoría había pagado una fortuna para que fuera

trasladado desde Kyoto, ladrillo a ladrillo, a lomos de unos

campesinos. Los ninjas lucían sus tradicionales vestiduras,

máscaras y botas tabi negras. Elizabeth lucía su traje de

adiestramiento y su fiel katana. Cuando lady Catherine se

levantó para señalar el comienzo del combate, Elizabeth, en un

gesto desafiante, se vendó los ojos.

—Le aconsejo, estimada joven —dijo su señoría—, que se

tome este combate en serio. Mis ninjas no se compadecerán de

usted. —Ni yo de ellos, señoría.

—Señorita Bennet, le recuerdo que no posee una instrucción

Orgullo y prejuicio y zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora