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Cuando Jane y Elizabeth se quedaron solas, la primera, que

hasta el momento se había mostrado cauta a la hora de elogiar al

señor Bingley, manifestó a su hermana lo mucho que le

admiraba.

—Es tal como debería ser un joven —dijo—, sensato,

jovial, alegre. ¡Nunca he conocido a nadie con mejores

modales! ¡Qué desenvoltura, qué educación más exquisita!

—Sí —respondió Elizabeth—, pero en el fragor de la

batalla, no le vi ni a él ni al señor Darcy empuñar un cuchillo o un

palo. —Me sentí muy halagada cuando me sacó a bailar por

segunda vez. No esperaba semejante honor.

—Es ciertamente un joven muy agradable, y comprendo que

te guste, pese a su falta de valor. Te han gustado muchos

jóvenes mentecatos.

—¡Querida Lizzy!

—Sabes que tienes tendencia a que todo el mundo te caiga

bien. Nunca ves un defecto en nadie. Jamás te he oído hablar

mal de ningún ser humano.

—No me gusta precipitarme en criticar a nadie.

—Me choca que con tu buen juicio seas tan ciega ante los

desatinos y las estupideces de los demás. ¿También te han caído

bien las hermanas de ese joven? No tienen sus modales.

Lo cierto es que eran unas damas muy distinguidas, que

sabían mostrarse agradables cuando querían, aunque eran

orgullosas y engreídas. Eran bastante agraciadas, habían sido

educadas en uno de los mejores colegios privados de la ciudad,

pero apenas sabían nada sobre las artes mortales en las que Jane

y sus hermanas habían sido perfectamente adiestradas, tanto en

Inglaterra como durante sus viajes a Oriente.

En cuanto al señor Bingley, entre él y Darcy existía una

buena amistad, pese a lo distintos que eran de carácter. Bingley

no era estúpido, pero Darcy era muy inteligente, al tiempo que

era altivo, reservado y quisquilloso, y su talante, aunque era bien

educado, no resultaba agradable. Bingley sabía que caía bien en

todas partes; Darcy, por el contrario, ofendía siempre a todo el

mundo.

Pero lo que nadie sabía —ni siquiera el señor Bingley— era

el motivo que se ocultaba detrás del frío talante de Darcy. Hasta

hacía poco, había sido la viva imagen de la simpatía; un joven de

temperamento alegre y extremada amabilidad. Pero una traición

sobre la que se negaba a hablar había alterado su carácter para

siempre.

Orgullo y prejuicio y zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora