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Al día siguiente Elizabeth relató a Jane la conversación que

había mantenido con el señor Wickham. Jane la escuchó con

asombro y preocupación; le costaba creer que el señor Darcy

pudiera ser indigno de la estima del señor Bingley; sin embargo,

no tenía por costumbre poner en tela de juicio la veracidad de un

joven de traza tan amable como Wickham. La posibilidad de

que Darcy le hubiera partido las piernas bastó para conmover

sus sentimientos más tiernos, pero no podía hacer nada salvo

tratar a ambos con respeto, defender su conducta, y atribuir a un

accidente o error lo que no pudiera explicarse.

—Ambos han sido engañados de una forma otra —dijo

Jane—. Personas interesadas quizá hayan metido cizaña entre

ellos. Nosotras no podemos descifrar las causas que pueden

haberlos distanciado, sin culpar a uno u otro.

—Es muy cierto. Bien, querida Jane, ¿qué tienes que decir

en favor de las personas que quizá hayan estado involucradas en

este asunto? ¿Las defiendes también, o debemos juzgar mal a

alguien?

—Ríete cuanto quieras, pero no lograrás hacerme cambiar

de opinión. Querida Lizzy, piensa en la perjudicial situación que

coloca al señor Darcy el hecho de haber tratado tan

despreciablemente al predilecto de su padre, a un joven a quien

su padre había instruido en las artes mortales y había prometido

ocuparse de él económicamente. Es imposible.

—Me resulta más fácil creer que el señor Bingley se engaña

a que el señor Wickham se haya inventado la historia sobre sí

mismo que me contó anoche; me ofreció nombres, datos y

demás pormenores sin anclarse con ceremonias. De no ser

cierta, deberá ser el señor Darcy quien le contradiga. Por lo

demás, su expresión denotaba sinceridad.

—Es realmente complicado... Es angustioso. Una no sabe

qué pensar.

—Disculpa, pero una sabe muy bien qué pensar.

Pero Jane sólo sabía una cosa con certeza: que el señor

Bingley, suponiendo que Darcy le hubiera engañado, sufriría

mucho si el asunto salía a luz, y quizá decidiera que debía batirse

en duelo para defender su honor. Jane no soportaba pensar en

esa posibilidad.

La aparición de la persona sobre la que habían estado

hablando hizo que las jóvenes abandonaran el dojo, donde

habían mantenido esa charla. El señor Bingley y sus hermanas se

presentaron para invitarlas personalmente al ansiado baile en

Netherfield, que se celebraría el martes siguiente. Jane y

Orgullo y prejuicio y zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora