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Durante sus paseos por el parque, Elizabeth se topó

inesperadamente, en más de una ocasión, con el señor Darcy.

La joven lo interpretó como una desdichada casualidad el

encontrarse precisamente con él, y, a fin de evitar que ocurriera

de nuevo, la primera vez se afanó en informarle de que era uno

de sus lugares predilectos. Por tanto, a Elizabeth le chocó

toparse con él una segunda, e incluso una tercera, vez. Darcy

apenas decía nada, y Elizabeth no se molestaba en entablar

conversación o escucharle; pero durante su tercer encuentro, se

le ocurrió que el señor Darcy le hacía unas preguntas raras,

inconexas, sobre si a ella le gustaba Hunsford, cuántos huesos

había quebrado, y su opinión sobre la conveniencia de que unas

guerreras como ellas contrajeran matrimonio.

Un día en que Elizabeth daba un paseo, mientras leía la

última carta de Jane y reflexionaba sobre unos párrafos que

indicaban que su hermana se sentía decaída, en lugar de

sorprenderle volver a toparse con el señor Darcy, vio al coronel

Fitzwilliam que se dirigía hacia ella. Elizabeth se apresuró a

guardar la carta, esbozó una sonrisa forzada y dijo:

—No sabía que le gustara pasear por estos parajes.

—He decidido girar una visita al parque —respondió el

coronel—, como hago cada año, y me proponía concluir con

una visita a la rectoría. ¿Va a continuar usted su paseo?

—No, iba a regresar dentro de unos momentos.

Ambos dieron la vuelta y echaron a andar hacia la rectoría.

—¿Han decidido partir para Kent el sábado? —inquirió

Elizabeth.

—Sí, siempre que Darcy no vuelva a aplazar la partida.

Estoy a su merced. Él organiza las cosas a su conveniencia.

—Y si no puede organizarlas a su conveniencia, al menos

goza del poder de elección. No conozco a nadie que disfrute

más con la facultad de hacer lo que le viene en gana que el señor

Darcy.

—Le gusta salirse con la suya —respondió el coronel

Fitzwilliam—. Como a todos. Pero Darcy dispone de más

medios para salirse con la suya que otros, porque es rico,

apuesto, y un experto en las artes mortales. Lo sé por

experiencia. Un hijo menor tiene que acostumbrarse a la

abnegación y la dependencia.

—En mi opinión, el hijo menor de un conde apenas conoce

el significado de eso. En serio, ¿qué sabe usted de la abnegación

y la dependencia? ¿Cuándo le ha impedido la falta de dinero ir

adonde le apetecía, o adquirir lo que deseaba?

Orgullo y prejuicio y zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora