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Al día siguiente se produjo una nueva escena en Longbourn.

El señor Collins declaró formalmente sus intenciones. Al

encontrarse con la señora Bennet, Elizabeth y una de las

hermanas menores juntas, poco después de desayunar, se dirigió

a la madre con estas palabras:

—Confío, señora, que tenga en cuenta el interés de su bella

hija, Elizabeth, al solicitarle el honor de mantener una entrevista

privada con ella durante la mañana.

Antes de que Elizabeth pudiera hacer otra cosa que

sonrojarse de la sorpresa, la señora Bennet respondió al instante:

—¡Desde luego! Estoy segura de que Lizzy aceptará

encantada, de que no pondrá objeción alguna. Vamos, Kitty,

acompáñame arriba.

—Querida mamá, no te vayas. Te ruego que no te vayas.

Ruego al señor Collins que me disculpe. No creo que tenga nada

que decirme que no pueda oír nadie más. ¡Yo también tengo que

marcharme!

—No digas tonterías, Lizzy. Deseo que te quedes aquí. —

Al ver que Elizabeth, que traslucía una expresión de profunda

turbación y disgusto, estaba a punto de huir, la señora Bennet

agregó—: Lizzy, insisto en que te quedes y escuches al señor

Collins.

La señora Bennet y Kitty se alejaron, y en cuanto se fueron

el señor Collins dijo:

—Créame, querida señorita Elizabeth, que su modestia no

hace sino realzar sus otras cualidades. De no haberse mostrado

un tanto reacia, me habría sentido menos atraído hacia usted.

Pero permita que le asegure que tengo el autorizado permiso de

su madre para decirle lo que me propongo decirle. No creo que

dude sobre el significado de mi discurso, pues por más que le

preocupe agilizar la retirada del Diablo, cosa que aplaudo

sinceramente, mis atenciones han estado demasiado claras para

llamarse a engaño. Prácticamente desde que puse el pie en esta

casa, la elegí para ser mi futura compañera de vida. Pero antes

de relatarle mis sentimientos al respecto, quizá convenga que

exponga mis razones por las que deseo casarme, y,

especialmente, el haber venido a Hertfordshire con el deseo de

elegir esposa, como he hecho.

La idea de que el señor Collins, con su solemne compostura,

le relatase sus sentimientos, hizo que Elizabeth estuviera a punto

de soltar una carcajada, por lo que no pudo utilizar la breve

pausa que hizo su primo con el fin de impedir que continuara.

—Mis razones para casarme —continuó el señor Collins—,

Orgullo y prejuicio y zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora