El señor Bennet fue una de las primeras personas en presentar sus respetos al señor Bingley. Siempre había tenido la intención de visitarlo, aunque hubiese asegurado a su esposa que no lo haría. La señora Bennet no se enteró de esa visita hasta la tarde después de que su marido hubiera ido a ver al señor Bingley. Su marido se lo comunicó de la siguiente forma. Mientras observaba a su segunda hija tallar el blasón de los Bennet en la empuñadura de una nueva espada, el señor Bennet dijo inopinadamente:
—Espero que al señor Bingley le guste, Lizzy.
—No podemos saber qué le gusta al señor Bingley puesto que no hemos ido a visitarlo —replicó irritada la madre de la joven. —Olvidas, mamá —apuntó Elizabeth—, que lo conoceremos con ocasión del próximo baile. La señora Bennet no se dignó responder, pero, incapaz de contenerse, comenzó a regañar a una de sus hijas.
—¡Por lo que más quieras, Kitty, deja de toser! ¡Parece que estés a punto de sufrir un ataque!
—¡Mamá! ¿Cómo se te ocurre decir semejante cosa rodeados como estamos de zombis? —replicó Kitty disgustada
— ¿Cuándo se celebra tu próximo baile, Lizzy?
—Dentro de quince días.
—¡Ay, sí! —apostilló su madre—. No podremos presentarlo a nuestras amistades, puesto que no lo conocemos. ¡Ojalá no hubiera oído nunca el nombre de Bingley!
—Lamento oírte decir eso —dijo el señor Bennet—. De haberlo sabido esta mañana, no habría ido a presentarle mis respetos. Es una lástima, pero puesto que he ido a visitarlo, no podremos fingir que no lo conocemos.
El asombro de las damas fue exactamente como el señor Bennet había imaginado. El de la señora Bennet quizá fue mayor que el de sus hijas, aunque, cuando el primer tumulto de alegría se disipó, afirmó que ya había supuesto que iría a verlo.
—¡Has hecho muy bien, señor Bennet! Pero ya sabía yo que acabaría convenciéndote. ¡Qué contenta estoy! Ha sido muy ocurrente por tu parte ir a verlo esta mañana y no decirnos una palabra hasta ahora.
—No confundas mi tolerancia con un relajamiento en materia de disciplina —respondió el señor Bennet—. Las chicas continuarán con su adiestramiento como hasta ahora, con o sin señor Bingley.
—¡Desde luego, desde luego! —exclamó la señora Bennet —. Serán tan peligrosas como atractivas.
—Y tú, Kitty, tose cuanto quieras —dijo el señor Bennet.
Tras lo cual abandonó la habitación cansado del entusiasmo de su esposa.
—¡Tenéis un padre excelente, hijas mías! —dijo la señora Bennet cuando se cerró la puerta—. No abundan estas alegrías desde que el Señor decidió cerrar las puertas del infierno y condenar a los muertos a rondar entre nosotros. Lydia, cariño, aunque eres la menor, estoy segura de que en la próxima fiesta el señor Bingley bailará contigo.
—Eso me tiene sin cuidado —respondió Lydia con firmeza—, porque aunque sea la menor, soy la más hábil en el arte de atraer al sexo opuesto.
El resto de la velada la pasaron conjeturando sobre cuánto tardaría el señor Bingley en devolver la visita del señor Bennet, y cuándo deberían invitarle a comer.
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Orgullo y prejuicio y zombis
RomansaVersion de Jane Austen y Seth Grahame-Smith «Es una verdad universalmente reconocida que un zombi que tiene cerebro necesita más cerebros». Así empieza Orgullo y prejuicio y zombis, una versión ampliada de la clásica novela de Jane Austen, sólo que...