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Cada detalle en el viaje que emprendieron al día siguiente

representaba una interesante novedad para Elizabeth. Con un

nuevo cochero y el doble de hombres armados con mosquetes,

partieron velozmente hacia Hunsford. Cuando llegaron (por

fortuna sin mayores contratiempos), todos escudriñaron

atentamente el paisaje, confiando en que al doblar un recodo

avistarían la rectoría. Rosings Park, en un lado, señalaba el

límite. Elizabeth sonrió al recordar lo que había oído decir de sus

habitantes.

Por fin divisaron la rectoría. El jardín que se extendía

ondulante hasta la carretera, la casa en medio de él, las estacas

verdes, el seto de laurel, todo anunciaba que los visitantes

estaban llegando a su destino. Elizabeth se tranquilizó al instante,

pues hacía varios años que nadie había visto a zombis en

Hunsford. Muchos lo atribuían a la presencia de lady Catherine,

que tenía fama de ser una enemiga tan poderosa que los

monstruos no se atrevían a acercarse a su mansión.

El señor Collins y Charlotte salieron a recibirlos, y el coche

se detuvo ante la pequeña puerta que conducía a través de un

breve camino de grava hasta la casa, entre muestras de

satisfacción y sonrisas de todos. Al cabo de unos momentos los

viajeros se apearon de la calesa, alegrándose de ver a sus

anfitriones. Pero cuando la señora Collins saludó a Elizabeth, a

ésta le impresionó su aspecto. Hacía meses que no veía a

Charlotte, unos meses que se habían cebado en su amiga, pues

tenía la piel de un color ceniciento y cubierta de pupas, y tenía

que hacer grandes esfuerzos para hablar. Elizabeth atribuyó el

hecho de que los otros no se percataran de ello a su estupidez,

en particular la del señor Collins, quien por lo visto no se había

percatado de que su esposa tenía un pie en la tumba.

Los viajeros fueron conducidos a la casa por sus anfitriones,

y en cuanto entraron en el salón, el señor Collins, con ostentosa

ceremonia, les dio por segunda vez la bienvenida a su modesta

vivienda, repitiendo puntualmente el ofrecimiento de su esposa

de servirles un refrigerio.

Elizabeth estaba preparada para verlo en su elemento, y no

pudo por menos de pensar que al mostrar las espaciosas

proporciones de la estancia, su aspecto y sus muebles, el señor

Collins se dirigía en particular a ella, como deseando que se

lamentara por haberlo rechazado. Pero aunque todo tenía un

aspecto pulcro y confortable, Elizabeth no pudo satisfacerle

mostrando el menor atisbo de arrepentimiento. Tras permanecer

Orgullo y prejuicio y zombisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora