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— ¿Quién es ese?.

Jimin sale de su trance. Levanta la vista para ver a Namjoon de pie junto a la puerta, apoyado contra la pared con un hormigueo de interés en sus ojos. Sonríe al ver a su mejor amigo, bajando el pincel que ha estado sosteniendo durante tres horas seguidas. Le duelen los dedos con la necesidad de estirarse. Su espalda arde de estar encorvada sobre su lienzo todo el día.
Ya es de noche, el atardecer cae sobre ellos mientras su habitación se oscurece y su estómago retumba por la falta de comida.
Esto sucede de vez en cuando. O bien sucede cuando debe un proyecto y Jimin no lo ha iniciado, lo que lo obliga a ejercer cada minuto de su día en su trabajo para poder superar un grado. O bien, sucede cuando recibe un golpe repentino de inspiración.

Anoche, bailar para Jeongguk, había sido una experiencia.
No es frecuente que Jimin recuerde a los clientes para los que trabaja, a los hombres por los que baila. Todos son iguales. Viejos hombres casados, que afirman que en realidad son heterosexuales, pero que se entretienen con la idea de que jóvenes twinks agiten su trasero para ellos. Cada noche, Jimin se obliga a empujar los recuerdos de los vagos y de los encuentros en la habitación privada a un lado de su cerebro donde no puede acceder a ellos.
Sin embargo, con Jeongguk, él quiere recordar.

Quiere recordar lo atractivo que era el chico con sus penetrantes ojos oscuros y su aura seductora, quiere recordar lo bien que olía, almizclado y sin embargo, el olor de algo dulce, el equilibrio perfecto.
Es una pena que Jeongguk lo terminó decepcionando al final.
Sin embargo, no detuvo la oleada de inspiración que lo golpeó. Tan pronto como se despertó, sacó su lienzo en blanco, sin usar y sus pinturas acrílicas, y comenzó a trabajar en su nueva pieza. Es difícil cuando no tiene ninguna referencia, ni una imagen para mirar mientras pinta. Pero cada vez que cierra los ojos, recuerda la expresión de felicidad de Jeongguk y puede continuar fácilmente.

— Hola, Joon — murmuró, frotándose los ojos y untando pintura sobre los pómulos— Esto es... alguien, nadie. Un cliente.

Namjoon murmura, levantando su ceja con interés cuando entra en la habitación y se sienta en la cama.
Jimin deja su pincel, cruza su pierna y se aleja del lienzo para dar a Namjoon su atención indivisa, sonriendo.

— Él es bonito.

Jimin mira de nuevo al cuadro. No está casi terminado, apenas ha comenzado, pero los ojos se juntan y los rasgos afilados y prominentes son claros.

— Mmm. Lo es, ¿no es así? —Jimin está de acuerdo— Le di un baile ayer.

— Oh, ¿Cómo estuvo eso?.

— Interesante —responde con sinceridad— Aunque era un imbécil, así que...

Los labios de Namjoon se curvan hacia abajo, apretando los puños.

— ¿Te lastimó?.

Jimin sacude la cabeza— No no. Nada como eso. Solo con sus palabras, ¿sabes?.

Convenientemente, deja fuera la parte de que el hombre antes de Jeongguk, el de la habitación privada, le dejó magulladuras dispersas en toda su piel pálida. Las siente incluso ahora, mientras se sienta, pero aleja la mueca, muy acostumbrado al dolor.

Namjoon suspira mientras se inclina, tocando suavemente el hombro de Jimin— Desearía que tu padre simplemente muriera ya —deja escapar un profundo suspiro, con los ojos torturados mientras los aprieta— No tienes que preocuparte tanto por pagar el alquiler. Hoseok y yo, somos tus hyungs y vamos a cuidar de ti. Solo enfócate en deshacerte de las deudas de ese hombre, para que puedas detener esto.

— Lo sé, Joon hyung —dice en voz baja— Pero me siento mal. Me dejaste mudarme aquí, lo menos que puedo hacer es pagar el alquiler.

— Lo haces, Jimin-ah. Sin lugar a dudas, traes dinero a la mesa todos los meses y eso sigue siendo algo.

SABOR A VICTORIA - KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora