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Grayson.

Entré a la casa sin poder dejar de estornudar. Cada que sentía que ya se había ido, volvía y con más fuerza.

Sarah entró de repente al salón, y sin poder evitarlo, estornudé haciéndola pegar un brinco.

—Dios, querido ¿te encuentras bien? -Preguntó preocupada.

—Sí, perdón por asustarla..., Soy terriblemente alérgico a los perros.

—Oh, entiendo -Se acercó a mí, me tomó del brazo y comenzó a encaminarme hacia el recibidor -Ven conmigo, cielo. Te daré una pastilla para que se te pase.

En el poco camino que recorrimos hasta llegar a las escaleras, pude darme cuenta que la casa entera estaba repleta de fotografías de Lena cuando era pequeña.
Sabía que era ella, porque su sonrisa era idéntica, no había cambiado para nada.
Seguía siendo maravillosa.

Subimos los peldaños de uno en uno hasta llegar al segundo piso.
La parte de arriba de la casa era incluso más impresionante que abajo.
Todo se veía costoso y además era ridículamente espacioso.
Conté, mínimo, ocho habitaciones.
Y ni siquiera llegué a la mitad del pasillo.

—Esa es la habitación de Sole, querido -Señaló una puerta con soles a todo lo ancho -Puedes esperarme ahí si quieres.

—No sé si a ella le parecería bien...,

—Está bien, cielo -Me interrumpió -Fue su habitación hasta que cumplió doce años..., No hay nada que no puedas ver.

Me sonrió amablemente y se adentró poco a poco al pasillo hasta desaparecer en la inmensidad de las habitaciones.

Me acerqué a cuenta gotas a la puerta que había señalado, sin quitarle la mirada de encima.

Puse mi mano sobre el picaporte, sin atreverme a girarlo.

Lena odiaba que los demás entraran a su habitación. Fue un milagro que yo hubiera estado ahí más de una vez.
Temía que se molestara conmigo por no consultarlo con ella antes.

Pero no podía esperar, me carcomía la curiosidad.

Ya no lo pensé más, giré la perilla y fui abriendo la puerta poco a poco, con la mano un tanto temblorosa.

Lo que vi me tomó por sorpresa.
Realmente nunca me había puesto a imaginar cómo era Lena antes de lo que pasó con su padre.
Para mí solamente existía la Magdalena seria y siempre triste, que prefería ocultarse de las personas y agachar la mirada en todo momento.

Esto era todo lo contrario a la Lena que yo conocía.

El cuarto estaba cubierto rincón por rincón con color rosa y juguetes de época.
Se notaba a simple vista que hacía mucho tiempo que nadie entraba ahí.
Las cosas estaban por ningún lado y los juguetes estaban posicionados como si alguien hubiera estado jugando con ellos.
Sólo que ese alguien, ya no era la misma personita feliz que disfrutaba jugar con casas de muñecas y tacitas de té.

Entré poco convencido, mirándolo todo de arriba a abajo.
Todos los muebles estaban cubiertos de polvo y había un olor muy fuerte a libros viejos. Aunque no era desagradable.

Cada centímetro de la habitación llamaba mi atención. Desde los dibujos colgados en la pared, hasta el estante repleto de libros de la esquina.

Justo a un lado de la cama, en la mesita de noche, había una fotografía enmarcada de tres personas.
Reconocía a dos de ellas.
Lena de, al menos, seis años, y su madre.

In love with the fuckboy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora