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Un día antes.

Lena.

Me tomó un gran esfuerzo poder despegar mis ojos y resignarme de que ya era hora de salir de la cama.

Miré hacia el reloj digital de la mesita de noche que estaba a mi derecha.

Eran las once cincuenta y cuatro.

Casi las doce.

Giré mi cabeza hacia la izquierda sobre la almohada, intentando huir del rayo de luz incandescente que se colaba por un pequeño hueco que no alcanzaba a cubrir la cortina.

Me encontré con la preciosa estampa de Grayson dormido abrazando a su manta que tenía desde que era un bebé.
Deseaba tomarle una foto, pero mi celular estaba del otro lado de la habitación.

Odiaba siquiera pensar en levantarme. Este era el último fin de semana que tendríamos libres de la infernal escuela, y probablemente que tendríamos para dormir juntos.

Ya tenía bien claro que a mi casa no volvería ni aunque me dieran todo el dinero del mundo. Pero tampoco sabía si era mejor mudarme con mi tía o quedarme en el apartamento.

Ambas opciones sonaban bien para mí, y sin duda ninguna de ellas serían algo de lo que terminaría arrepintiéndome.

Pero estaba indecisa, las dos pesaban lo mismo.

Era estar con mi novio, o estar con la única familia que, aparentemente, me quedaba.

—Mierda -Articulé casi inaudible.

Volteé de nueva cuenta para volver a ver a Grayson, aún profundamente dormido.

Giré mi cuerpo por completo, y al notar la vulnerabilidad de su presencia, comencé a acariciar delicadamente la línea afilada de su quijada.

Cerré los ojos por un segundo, y al instante, un puñado de remembranzas llegaron a mi cabeza sin previo aviso.

—Te amo, Lena.

Ahí estaban otra vez esas palabras.

Te amo, Lena.

Aparecían momentáneamente, fugaces e inesperadas.

Te amo, Lena.

Otra vez sentía el miedo y la desesperación que me consumió cuando me lo dijo.

Te amo, Lena.

Otra vez me asfixiaba, y me quemaba la piel al recordar que no pude responderle.

Intentaba decírselo, al menos estando dormido. Así no me costaría tanto.

Pero tampoco podía.

—Perdóname.

Dije sin voz, aún con los ojos cerrados.

Odiaba sentir que no podía decirle cómo me sentía. Quería hacerlo, pero siempre había algo que me lo impedía.

Abrí los ojos, dándome cuenta que estaba llorando.
Limpié mis mejillas con una prisa que daba paso a la brusquedad.

Me aterraba pensar que Grayson pudiera verme llorando, tendría que explicarlo y..., ¿Qué le diría?

Lloro porque no puedo decir dos simples palabras.

Me dolía pensar que tal vez no lo decía porque no lo sentía, pero en el fondo sabía que no era así.

Yo tenía claro lo que sentía por Grayson, y eso era lo que más me jodía.

¿Por qué no era capaz de liberar mis verdaderos sentimientos?

In love with the fuckboy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora