31-Vuelco al corazón

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Aitana también callaba, se guardaba su propio secreto, secreto compartido con Bruno que probablemente cuando despertara no se iba a acordar de aquello que le había dicho su madre la primera vez que volvió a verlo después del accidente.

Y si Aitana no hablaba era porque sabía que si daba la noticia, Luis la iba a mandar a casa a descansar, sabía que en esos momentos de nervios y estrés, el miedo se iba a apoderar de él. Ella era muy consciente de que él se seguía culpando por la pérdida del bebé, no podía precipitarse a darle una noticia con la posibilidad de volver a romperse, y ella también tenía miedo y estaba demasiado preocupada por Bruno, por saber que iba a pasar con su hijo, aún sabiendo que siempre había sido un luchador y que eso sólo sería una mala experiencia, quizás una prueba para que dejara de coger esa maldita moto que a ella nunca le hizo gracia, pero que tras largos meses sacándose el permiso de conducción no podían dejarle sin una moto.

Nadie sabía del miedo de Martina, ella no había podido hablar con Bruno, ella estaba a demasiados kilómetros de distancia, necesitaba que su hermano le diera uno de sus consejos, aún sabiendo que luego ella iba a hacer lo que le diera la gana, como esa estúpida promesa que le hizo de no decirle a Sergio que se marchaba, y que su hermano obedeció, sabiendo que su amigo se iba a romper en cuanto leyera aquella carta que explicaba todo y nada.

Bruno siempre había sido su confidente, la había sacado de problemas y había seguido queriéndola sin juzgarla, porque Bruno era así.

Siempre centrado en sus estudios, sus maquetas y todos esos bocetos de edificios, a él que nunca le gustó dibujar, que tenía las camisetas sobre un viejo teclado que decoraba el centro de su habitación y una guitarra guardada en un armario , una guitarra que tocaba demasiado bien, siempre tuvo un don, siempre lo llevo en los genes.

Nunca fue el más popular del colegio, tampoco pretendía serlo, le gustaba ser el raro, él que hablaba de cosas que nadie más entendía y encontró un grupo de locos con sus múltiples rarezas que combinaban bien.

Después llegó Julia, y solo ellos saben cómo se enamoraron, pero a ella le gustaba escucharle hablar de las construcciones románicas, y góticas. Y a Bruno le gustaba escucharla hablar del ballet o de baile moderno.

Quizás por eso conectaron, porque siempre se escucharon, aceptaron todas sus rarezas, amaron cada defecto del otro y claro que discutían, pero Bruno nunca permitía que los enfados duraran más de 10 minutos, y eso Julia lo amo, ella solía enfadarse durante días, desde que conoció a Bruno, aprendió a valorar los minutos de vida, minutos de sonrisas, segundos de carcajadas.

Y ahora todos necesitaban la sonrisa de Bruno.

Al día siguiente, la mano de Sergio empuñaba la llave del estudio de Luis y temblaba, nunca nadie había confiado tanto en él, mucho menos cuando se trataba de música.

Al abrir la puerta, pudo ver que todo estaba como la última vez, su dedo paseo por la mesa de mezclas, por los ordenadores y se sentó en la silla que solía ocupar Luis y suspiro, no debería de estar ahí sentado, como Bruno tampoco debería estar en una cama de hospital.

Miro la agenda y sonrió al reconocer la letra de Luis, Martina tenía una parecida, pero no podía permitirse pensar en ella, no en ese momento. Tenía mucho trabajo como para pensar en la bailarina de ojos verdes.

Tras una larga jornada de trabajo, Sergio decidió comer algo, se había llevado la comida preparada de casa, no quería decepcionar a Luis, no quería perder un segundo de trabajo, pero a su puerta llamaba una chica con el pelo recogido en un perfecto moñete y con una bolsa de deporte colgada en su hombro, el chico sonrió al verla y la invitó a pasar.

-Veo que llevas todo esto muy bien- dijo la chica

-preferiría tener aquí al jefe, no te voy a engañar

-¿qué tal está Bruno?

-estable, pero sin mejoras notables

-debe de ser duro para la familia, supongo que ella.....

-sí Carmen, ha vuelto

-¿pero se vuelve a ir?

-en cuanto mejore su hermano, tranquila no te quitará el protagonista

-no lo digo por eso

-Carmen...... deberías de dejar de tener miedo, no te gusta el ballet y temes que venga Martina a quitarte un papel que no quieres, y no eres capaz de dejarlo porque les temes a tus padres

-Sergio.......

-sabes que es verdad o si no ¿porque acudiste a mi cuando se fue Martina? tu y yo nunca nos habíamos visto sólo me habías visto con ella y de repente llegas a convertirte en mi mejor amiga

-¿Estás dudando de mi?- Sergio negó- creo recordar que estabas en la mierda hasta hace unos meses y mirate ahora, trabajas con su padre. Si es así como piensas olvidar, siento decirte que vas por muy mal camino- escupió la chica enfadada

-¿y qué querías? ¿que me lanzara a tus brazos? ¿que te prometiera amor eterno?

-me hubiese gustado que seas sincero conmigo- dijo la chica mas calmada, haciendo que Sergio suspirara y se acercará a abrazarla.

-siento molestar- la voz menos indicada, la más reconocida para él

-Martina.........

-de verdad yo será mejor que me vaya- dijo la chica de ojos verdes avergonzada 

-No es lo que parece- se apresuró a decir Carmen 

-no tenéis que darme explicaciones de nada- Martina clavó su mirada en los ojos de Sergio que permanecía inmóvil.


Carmen decidió abandonar el lugar cogiendo sus cosas y besando las mejillas de Sergio, sabía demasiado bien que aquellos dos tenían mucho de que hablar, o mucho que discutir, debían escucharse, perdonarse, porque un corazón que no es perdonado, es un corazón que lame sus heridas sin poder pasar página.

Sergio se sentó en su silla habitual, dejando la de Luis vacía, dejándola a ella la opción de ocupar el lugar de su padre, aún sabiendo que ella no lo iba a hacer. 

La observaba nerviosa de brazos cruzados, y el apretaba sus manos con los codos apoyados en sus propias piernas, el silencio se había apoderado de una habitación que producía música constante, sus miradas evitaban a toda costa encontrarse.

Sergio la conocía demasiado, y sabía que estaba haciendo un gran esfuerzo por no echarse a llorar, si algo la caracterizaba bien era lo orgullosa que era. Y aún no sabían quién daría el paso en hablar primero, pero a los dos les daba miedo, porque Sergio no se lo ha confesado pero al volverla a ver en aquél aeropuerto, le dio un vuelco al corazón, como la primera vez que sus ojos se encontraron o la primera vez que sus labios se rozaron.

-creo que tenemos que hablar- se atrevió a decir Sergio 

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