La Bienvenida

89 17 2
                                    

Día 276

Luego del quiebre emocional que tuvo con Danna, dejaron que Joan tomara una larga siesta en su habitación. Esta vez no cerraron el picaporte por fuera y le aseguraron que podía salir en el momento que así lo quisiera, que la comida se servía a las dos de la tarde por si quería bajar a la cocina, que la cena era a las ocho de la noche y que más tarde sería su bienvenida. Así que Joan durmió como no lo había hecho en mucho tiempo. Se hizo un ovillo entre las sábanas y se acurrucó contra la almohada, apenas cerró los ojos y se quedó profundamente dormida.

Se perdió la comida y la cena, pero despertó antes de medianoche para estar lista para lo que fuera que fuese a pasar. A las doce de la noche en punto, llamaron a la puerta. Leo entró sin esperar respuesta, llevaba un grueso suéter color rosa pastel. Sus arruguitas la saludaron.

— ¿Estás lista? —preguntó sonriente.

Joan se encogió de hombros.

—Sí.

—Bueno, vamos, te están esperando —dijo Leo mientras le ofrecía el brazo para que caminara con ella.

Joan así lo hizo, se enganchó de su brazo y juntas bajaron al jardín. Estaba levemente oscuro, la única iluminación provenía de un montón de lámparas amarillas clavadas en el pasto a orillas del jardín; pero aun en la penumbra pudo ver al grupo de chicas que la esperaba.

La mayoría estaban cruzadas de brazos, otras tenían ambas manos en la cintura y un par de ellas, las dos que estaban al frente, estaban paradas con el compás ligeramente abierto y los brazos colgando a los costados de ellas. Por la forma en que se diferenciaban del resto tanto en su posición como en su postura, Joan dedujo que eran importantes.

En medio identificó a Danna, cruzada de brazos y sonriéndole como para darle ánimos. Una nueva ola de nervios la recorrió de pies a cabeza, ¿qué iban a hacer?

Leo la dejó frente al grupo de peleadoras y luego dio varios pasos hacia atrás. Fue hasta entonces que Joan reparó en la presencia de otras dos personas: Israel, el joven que la había sacado de aquella horrible bodega y una mujer, tan imponente como Joan jamás había visto. No debía ser muy alta, pero los tacones la levantaban del suelo con elegancia. Su tez era dorada, de un marrón claro que seguro destellaba bajo el sol. Su cabello era negro al igual que sus ojos, los cuales evaluaban a Forley de pies a cabeza. Cuando Joan vio que se acercaba hacia ella, tragó saliva.

—Joan, ¿verdad? —preguntó la señora, poniendo su mano sobre el brazo de Joan de forma delicada.

La interpelada asintió.

—Asumo que ya te explicaron, más o menos, qué es lo que las chicas hacen, ¿cierto?

Joan asintió de nuevo.

—Bueno —sonrió—. Yo soy Miranda Armeaga, si aceptas, trabajarás para mí.

Una chispa brincó en los ojos de Joan, ¿podía decir que no? Como si le hubiese leído el pensamiento, Miranda continuó con voz más grave:

—Si no aceptas, tendremos que recuperar lo que invertimos en ti de otro modo —carraspeó—. No es un modo bonito ni muy duradero, para serte honesta —quitó su mano de su brazo.

Joan tragó saliva, sintió el color desvaneciéndose de su rostro. Miró a Danna, quien sutilmente negó con la cabeza.

—Escucha —insistió Miranda, de nuevo le puso la mano en el brazo—. Yo inicié este negocio para darle otra oportunidad a chicas como tú o como yo. Sé que parece que es muy pronto, pero ahora es el momento de que escojas, ¿lo tomas o lo dejas?

De nuevo, Joan miró a Danna. Esta vez, ella asintió con la cabeza. Tomó un largo respiro y respondió:

—Lo tomo.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora