Viernes

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Día 265

Como Joan ya lo había atestiguado, los viernes se respiraba una atmósfera distinta en La Madriguera.

Esos días todas entrenaban con mayor entusiasmo y sudaban hasta la última gota que el cuerpo les permitiera. Le pegaban más fuerte a los costales, esquivaban con mayor velocidad e incluso plantaban los pies en el suelo con más vehemencia. Y era contagioso.

Aquel día, Joan salió por primera vez para asistir a una pelea. Casi todas salían, pero solamente cinco peleaban. El barullo y multitud que hacían las que no peleaban era mero espectáculo; puro show, decía Danna. Todas iban bien bañadas, vestidas de colores oscuros y actitud brava. Las cinco chicas que peleaban llevaban pantalones dorados, holgados y suaves.

A Joan le consiguieron un par de pantalones negros de su talla, un top negro y una sudadera encapuchada color gris. Llevaba puestos un par de tenis negros a juego y, por primera vez en su vida, llevaba delineador en los ojos. Tania, la chica pecosa que le pegó primero en la bienvenida, se encargó de ayudarla con su maquillaje. Joan no cabía en sí del gusto: llevaba ropa de su talla y, sobre todo, limpia. Era un lujo increíblemente cómodo y menospreciado.

Iban todas repartidas en cinco autos color negro; Joan iba en el segundo, junto a Sonia y Pamela, la otra líder. No hablaron mucho en el trayecto, así que Joan aprovechó para curiosear a través de la ventana, hacia la profunda noche y las estrellas titilantes. Dieron las once de la noche cuando por fin llegaron al lugar. Arribaron a lo que, por fuera, parecía una bodega. Joan tragó saliva por los recuerdos que se agolparon en su mente, pero siguió observando.

Una de las puertas se abrió, grande y de apariencia pesada, para dejar pasar a los autos. Dentro, el lugar tenía techos altos y estructuras metálicas a distintas alturas, luces blancas y amarillas que irradiaban calor y emitían siseos. Los autos pasaron como en desfile hasta el fondo del lugar. Nerviosa y decidida a simplemente seguir a las demás, Joan bajó del auto tras de Sonia una vez que este se hubo estacionado. Las chicas pronto se agruparon, Danna y Tania alcanzaron de inmediato a Joan y la tomaron de los brazos.

—Pon atención —le susurró Danna al oído, sonriente.

De nuevo, Joan fue consciente de la atmósfera que se respiraba entre las chicas. Si tuviese que describirla, diría que era electrizante. Sonia y Pamela se pusieron al frente del grupo, intercambiaron unas cuantas palabras con Armeaga y luego avanzaron hacia el centro de la bodega.

Allí, bajo las luces, estaba el cuadrilátero; rodeado de al menos un centenar de asientos ocupados, se alzaba como un escenario. Las cuerdas eran de color plata, el suelo de color negro, los postes dorados y las luces blancas. La verdad, daban ganas de subirse en él. Al otro lado del cuadrilátero, a través del mar de gente, Joan divisó un segundo grupo de chicas: sus contrincantes. Estaban vestidas de rojo y se mantenían tan cerca una de la otra como podían.

Joan alzó bien ambas cejas en cuanto cruzó la mirada con una de ellas y esta giró la cabeza como para tronarse el cuello.

—Se llama Lidia —comentó Tania en cuanto se dio cuenta—. Es la líder de ellas, dicen que a veces muerde.

Joan la miró de hito en hito.

— ¿Eso se puede?

Tania se encogió de hombros.

—Son peleas callejeras.

Sonia dio un par de aplausos para llamar la atención de todas.

—Bueno —dijo, poniéndose las manos en las caderas—, parece que va a ser una noche fácil.

Todas rieron bajito.

—Escuchen. Fer, Tania y María, escuchen. — habló Pamela— Recuerden que Lidia flaquea del lado derecho, Ana cojea del lado izquierdo y Daniela no se cubre bien. Vigilen eso.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora