La Fachada

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Día 90

Joan no había escuchado nada de Julia en una semana. Nadie sabía nada, nadie la había visto. Más allá de su angustia, Joan comenzaba a sentirse triste. Comenzaba a tener esa horrible sensación de que las cosas se iban al traste en cuanto ella aparecía, como si llevase consigo una nube de mala suerte que descargaba su furia sobre ella y todos aquellos que la rodeaban.

Sin embargo, se esforzaba en sacudirse aquel pensamiento cada vez que se sentía a punto de llorar. Preocuparse no le servía de nada, ocuparse sí.

Por eso estaba a orillas de la plaza de la ciudad, observando.

Buscaba dos cosas: a algún hombre que portara aquellos horribles tatuajes o a alguien que pareciese necesitado de un dinero extra.

Lo primero no requiere explicación, buscaba a uno de aquellos sujetos con la esperanza de poder seguirlo. ¿Con qué fin exactamente? No lo sabía. ¿Saber dónde vivía? Seguro ¿Tomar su revancha? Probablemente.

Mientras divagaba y observaba, cayó en la cuenta que jamás antes había encontrado a un sujeto que portara los tatuajes. No era que los buscara todo el tiempo, pero esa mancha negra en los hombros no era fácil de pasar desapercibida. Comenzó a recordar, intentando encontrar en su memoria alguna otra ocasión en que hubiese siquiera imaginado ver ese tatuaje. Pero no tuvo éxito, solamente los recordaba en pesadillas y les daba vuelta en la cabeza cuando se quedaba sin ninguna otra cosa en qué pensar.

Poco a poco el entendimiento se abrió paso en su mente. Había estado en tantas ciudades distintas que no podría ni contar cuántas; pero jamás había encontrado a uno de ellos antes. Comenzaron a sudarle las manos. ¿Estaba en...? No, eso era imposible. No podía estar en la ciudad donde vivió de niña, ¿o sí? Miró a su alrededor como si pudiese reconocer las calles que rodeaban la plaza, los edificios que la flanqueaban o a las personas que pasaban a su lado. Pero era solamente otra ciudad llena de extraños, ¿cómo podría saberlo?

¿Acaso necesitaba confirmación? Era la ciudad donde había hombres de tatuajes arremolinados. Punto. Aunque, bueno, solamente había visto a uno. No afirmaría nada más hasta no estar segura.

Mientras tanto, se enfocó en la segunda cosa que buscaba: alguien que visiblemente necesitara dinero extra. ¿Para qué? Para negociar. Necesitaba que alguien le diera alojamiento a Noé a cambio de unos pesos extra cada semana. Incluso si era solamente una semana, no estaba segura de poder pagar dos. Mucho menos si Julia no regresaba.

Minutos después divisó a una señora de ropa sencilla como la suya, contando monedas para saber si podía pagar el dulce que el niño a su lado le pedía con un puchero. Joan se acercó decidida, con gesto amable.

—Disculpe —dijo.

La señora la miró con extrañeza.

— ¿Sí?

Joan se estrujó las manos frente a su pecho, mitad actuación y mitad nervios reales. Recordaba que Sonia le había hablado de la forma de manejarse y cómo todo ello afectaba la forma en que los demás la percibían, así que se hizo de su mejor técnica para parecer lo más necesitada -y confiable- posible.

—Disculpe el atrevimiento —dijo—, estoy buscando un lugar donde mi abuelo pueda quedarse a dormir.

La señora comenzó a alejarse, sin intenciones de hacerse cargo de otra persona en su ya apretujado hogar.

—Ah, no, nena, lo siento.

—Podría pagarle —soltó, asustada al ver que su fachada no había funcionado.

La señora se detuvo y la miró de pies a cabeza, curiosa de saber cómo una niña podría pagarle. Ladeó la cabeza.

—Hija —dijo—, si podrías pagarme, ¿por qué no pagas una habitación en una casa de huéspedes?

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora