La Ebria Soledad

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Día 201

Ese día fue sábado. Sábado catorce de junio de 2009, para ser exactos. No es que haya sido una fecha importante ni trascendental, pero fue la primera vez que Joan fue a una fiesta y se divirtió.

Todo comenzó el día anterior, aquel viernes que ganaron todas las peleas e hicieron a Miranda la ganadora de una gran, gran apuesta.

Armeaga las felicitó, le dio dinero a Leo para que les comprara ropa y zapatos nuevos, y para que hicieran una fiesta. «Porque se lo merecen», fue la única razón. Así que Pamela, Leo y Mina salieron temprano ese sábado para comprar ropa y calzado para todas; regresaron a eso de las seis de la tarde cargadas de bolsas repletas. A cada una le dieron una bolsa llena de lo que le habían comprado, incluso a Joan.

Cuando fue a su habitación para abrir su bolsa, casi lloró de felicidad. Le compraron dos pantalones de mezclilla, dos playeras, una sudadera y un par de tenis color blanco. Eso era mucho, mucho más de lo que jamás había tenido desde que salió de casa. Naturalmente -y porque Ania lo sugirió- estrenó parte de su ropa nueva para la pequeña fiesta.

A eso de las nueve de la noche, cuando no quedaba ni rastro de la luz del sol, se juntaron todas en el jardín mientras Mina comenzaba a servir tragos a todas. La fiesta se llevó a cabo en la sala y jardín de la casa, se apagaron las luces y se encendieron velas por todos lados. A Joan le pareció una combinación peligrosa, así como estaban, rodeadas de botellas de alcohol. Pero la euforia colectiva era tanta que pronto se olvidó del asunto. Como Jo ya se había dado cuenta, ella no era la única menor de edad; y como también lo había notado, a nadie le importaba un carajo.

Le dieron un vasito de vidrio lleno hasta el tope, lo olisqueó por un momento y tosió brevemente. A su lado, Ania rió por lo bajo.

— ¿Has tomado antes? —preguntó.

Joan lo pensó por dos segundos: la vez que ella y Alex -estúpidamente- tomaron tequila no contaba, ¿verdad?

Negó con la cabeza.

—Bueno —corrigió—, una vez, pero fue casi un accidente.

Ania levantó una ceja. No quiso preguntar.

—Bueno, vale —respondió—. Esto es tequila. Te va a saber muy, muy fuerte al principio. Pero —levantó una mano para enfatizar sus siguientes palabras—, Mina dice que el valor de una persona se mide por su capacidad de beber tequila.

Joan se le quedó viendo fijamente hasta que Ania echó a reír.

—La verdad es que yo prefiero el vodka —se encogió de hombros.

Joan le sonrió. De reojo vio a Sonia pararse en una silla y golpear su vasito con una cuchara para llamar la atención de todas. Como no todas dejaron de hablar, Mina gritó:

— ¡Escuchen!

Hubo risitas que dieron paso al silencio.

—Gracias —dijo Sonia, sonriente—. Solo quiero que sepan que, hoy, yo no festejo por la victoria de ayer sino por ustedes. Por esta casa loca donde viven mis hermanas.

Alzó su vasito y todas hicieron lo mismo. Se escuchó un sonoro:

— ¡Salud!

Como todas se empinaron el vaso, Joan hizo lo mismo. Se arrepintió tan pronto dio el primer trago, pero se acabó todo antes de rechistar. Tosió tanto que Tania llegó -entre carcajadas- a socorrerla, pues Ania se mezcló entre las demás.

—Así es siempre la primera vez —dijo.

Joan iba a responderle, pero empezó a sonar música a un altísimo volumen. Rápidamente, Joan localizó las bocinas dispuestas en dos esquinas del jardín; incluso con la suave luz de las velas podía verlas retumbar.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora