Escalofríos

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Día 152

Debido a una discusión que Joan tuvo con Danna, pasaron un par de semanas sin hablarse. Y como a Joan no le molestaba el silencio, leía mientras desayunaba aquel día. No era que todas estuviesen enojadas con ella, pero a ella no le gustaba eso de tomar bandos; así que, para no obligar a nadie a decidir, tomó un libro de la sala y lo leyó con calma en el comedor. Ania estaba sentada junto a ella, charlando animadamente con Tania sobre la pelea que se venía ese viernes.

No fue sino hasta que Sonia bajó a desayunar que Joan prestó atención. Todo debido al tono de quieta desesperación que acompañó la pregunta que la recién llegada hizo:

— ¿Todavía no hay señal de Lara?

Todas negaron con la cabeza, algunas más desinteresadas que otras. No era raro que alguna faltara a entrenar y a desayunar, era una falta y Leo solía regañarlas por ello, pero no dejaba de ser algo relativamente común. Sonia chasqueó la lengua, confundida. Joan alcanzó a escuchar que decía:

—No es propio de ella.

Jo regresó la mirada a las páginas del libro, pero no leyó nada. Hizo memoria. No, no era propio de Lara faltar a entrenar. Aún con su migraña -razón por la cual Joan tomó su lugar como escolta de Armeaga- asistía a diario al entrenamiento, aunque fuera solamente para trotar o hacer estiramientos.

Jo tenía un callado respeto por ella; Lara no era sobresaliente, no tan hábil como Sonia ni tan atrevida como Pamela, era más bien reservada, incluso más que Joan. Sin embargo, era esa forma de ser la que la intimidaba, Lara tenía una fuerza silenciosa que era de imitarse.

En cuanto Sonia se resignó y se sentó a desayunar, Joan regresó a la lectura. Se terminó el desayuno y se levantó para lavar sus platos. Terminaba de enjuagar su vaso cuando Sonia se acercó a ella en silencio.

—¿La viste ayer? —le preguntó con voz ronca y nariz constipada por la gripa que la acosaba desde días atrás.

Joan sacudió la pieza de cristal y la colocó con cuidado en el escurridor.

—Sí. En la noche.

—¿Qué estaba haciendo?

Joan hizo de todo para no suspirar con irritación. Le parecía que Sonia estaba exagerando.

—Jugaba póquer con... Mina, creo.

— ¿Viste a qué hora se fue a dormir?

Joan negó con la cabeza.

—Ella seguía en la sala cuando me fui a mi habitación.

Sonia asintió con severidad. Joan casi podía ver el rompecabezas que se armaba detrás de sus ojos, uniendo piezas frenéticamente.

—¿Por qué estás tan preocupada? —preguntó.

Sonia sonrió como si estuviese avergonzada, agachó la mirada y meneó el pie derecho. Era la primera vez que Joan la veía hacer tal gesto.

—Parezco una loca, ¿verdad?

Joan levantó una ceja para no responder.

—No lo sé —admitió Sonia—. Tengo un mal presentimiento.

Joan suspiró entonces.

—Vamos con Leo, tal vez ella sepa algo.

Sonia asintió y tomó una mandarina de una amplia canasta colocada en la encimera principal. Un gesto para disimular su nerviosismo, adivinó Joan.

—Espera —dijo Joan.

Fue al comedor y recogió el libro para llevarlo a su lugar en la sala de estar. Luego regresó con Sonia.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora