Señales Mezcladas

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Día 74

De nuevo, Joan se fue sola de su departamento. Las razones por las que ella se negaba tan fervientemente a que Matt le acompañara a su casa eran todavía indescifrables para él. Sin embargo, y a pesar de sí mismo, se estaba resignando.

Las puertas del elevador se cerraron silenciosamente tras ella, devolviéndole a Matthias su reflejo en tonos de acero. Suspiró, cansado.

Dio la vuelta y regresó a la cocina. Recogió los platos y los lavó, limpió las migajas tostadas de pan y devolvió todo a su lugar. Enseguida, fue a su habitación y abrió las ventanas, recogió las cortinas e hizo la cama. Luego, no pudo evitarlo: se recostó en ella y cerró los ojos con el simple propósito de dormitar un poco. Haber pasado la noche en su sofá no fue precisamente satisfactorio. A los pocos minutos -y a pesar del café que había bebido- se quedó dormido.

──•✧•──

El timbre de su teléfono lo sacó poco a poco de la somnolencia, dejándole a medias las imágenes de un sueño poco coherente.

Despertó boca abajo, abrazando una almohada. Estiró un brazo hacia el bolsillo trasero de su pantalón y tomó el teléfono con dedos torpes. Se giró, bostezó, gruñó y contestó:

— ¿Hmm?

—Vas a venir, ¿verdad? —era la voz de Victoria.

Matt entonces abrió los ojos y miró la pantalla, preocupado porque se le hubiese hecho tarde. Pero apenas eran las cuatro de la tarde. Refunfuñó en silencio, preguntándose por qué Victoria lo llamaba tan temprano.

—Ajá —respondió.

— ¿Estás bien? —preguntó ella con un tono de ligera angustia.

—Sí.

— ¿Estabas durmiendo?

—Ajá.

— ¿Tú? Es tardísimo para que tú estés durmiendo.

—Tuve una larga noche —explicó, antes del pesado silencio que cayó sobre ambos.— ¿A qué hora es la reunión? —preguntó Matt de pronto, incómodo por la pausa.

—A las ocho —le recordó Victoria—. Por favor, no tardes, odio quedarme sola con ellos.

—Lo sé —respondió Matt—. Llegaré temprano, no te preocupes.

—Vale —incluso sin verla, él escuchó el alivio en su sonrisa.

—Vale.

Y colgó.

Entonces se dejó caer de nuevo en la cama.

Pensó en dormir otro rato, pero se recordó que nunca era buena idea romper sus buenos hábitos; era peligroso salir de ellos, ignorarlos lo llevaba a tomar malas decisiones. Así que, suspirando, se levantó de la cama y se quitó la ropa que llevaba puesta. Fue a su armario y se enfundó en un conjunto deportivo color negro. Descalzo, salió a la sala y abrió más las ventanas. Movió los sillones para hacer espacio y extendió sobre el suelo una colchoneta deportiva color azul. Con el viento colándose entre las ventanas, se ejercitó por una hora. De haber tenido más energía, hubiese ido a su gimnasio favorito, pero tenía tanta pereza que no le apetecía ni salir de su apartamento. Al final, cuando su frente estuvo perlada en sudor, levantó la colchoneta, dejó todo de nuevo en su lugar y fue a darse un baño con agua tibia.

──•✧•──

Luego de aquella ducha, comió un poco de pizza que tenía en el refrigerador y se entretuvo viendo pedazos de películas que transmitían por la televisión. Cuando la hora de la cita se acercó lo suficiente, se vistió: jeans negros, mocasines del mismo color y una camisa azul cielo que planchó a detalle, pero que usó con los dos primeros botones sueltos y las mangas dobladas una pulgada debajo de los codos.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora