La Adrenalina

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Día 235

Puñetazo al pómulo izquierdo.

— ¡Cúbrete, carajo! —gritó Sonia.

Pamela, quien la había golpeado, se acercó para darle un consejo:

—Piensa que tus brazos son sombra uno del otro, si uno se mueve entonces el otro también, ¿vale?

Joan asintió, sacudió la cabeza para deshacerse del aturdimiento que le había dejado el golpe, y se puso en posición.

—Dale —ordenó Sonia, quien felizmente comía una mandarina al lado del cuadrilátero, en el gimnasio.

Pame y Joan comenzaron a pelear de nuevo, ambas con movimientos fluidos. Y aunque Joan no era ni la mitad de hábil que Pamela, día a día entrenaba con entusiasmo para, por lo menos, aspirar a ser como Sonia.

Joan esquivó un gancho al mentón, dio un paso hacia atrás, bloqueó su flanco izquierdo con el brazo -pues adivinó el movimiento de Pamela- y fintó con el brazo derecho. Recibió el golpe en el brazo izquierdo, apartó el puño de Pamela con un manotazo para luego atrapar su brazo y torcerlo para hacerla girar. Pam intentó darle un manotazo con su brazo libre, pero no la alcanzó.

Entonces, Joan le rodeó el cuello con su brazo derecho y enseguida se tiró al suelo.

—Uno —contó Sonia con mandarina en la boca—, dos, tres.

Joan soltó a Pamela y esta se levantó jadeante, pero sonriente.

—Niña —exclamó sin aliento—, ¿de dónde saliste tú?

Joan sonrió y fue a quitarse los guantes para secarse el sudor de las manos. Se encogió de hombros.

—La última vez que vi a una novata aprender tan rápido, fue cuando me miré al espejo —comentó Sonia, acercándose a ellas.

— ¡Ja! ¡Qué modesta! —riñó Pamela.

Sonia rió y le mostró la lengua.

—Acéptalo —dijo Sonia a Joan—. Te gusta pelear, ¿no?

Joan rió nerviosa y meneó la cabeza.

—Joan —Sonia se puso seria—, se ve en tus ojos. Acéptalo, no tiene nada de malo.

—Ugh, los chicos van por ahí golpeándose el pecho como gorilas, ¿por qué no habríamos de hacer nosotras lo mismo? —comentó Pamela.

—Por Dios, Pamela —respondió Sonia—. Porque a algunas nos duele, por eso.

Pam giró sus ojos color miel.

—Es una metáfora. Duh.

Sonia le dio un codazo y luego se dirigió de nuevo a Joan.

— ¿O no te gusta?

Joan sonrió y se mordió la lengua.

—Bueno —suspiró—, sí. Es divertido y, no sé, hay algo en la pelea que es... embriagante.

—Adrenalina, niña. Lo que te embriaga es la adrenalina —le sonrió Pam.

Sonia le dedicó el mismo gesto.

──•✧•──

Joan estaba sentada en el comedor, degustando el segundo de sus panqueques. A su derecha estaba sentada una chica llamada Estefania, a quien todas le decían Ania; tenía el cabello completamente lacio, cortado a la altura de los hombros, ojos marrones tan claros que a veces parecían grises y una cara adornada con rasgos finos.

A su izquierda estaba Danna, quien iba por su quinto panqueque; como siempre, Danna llevaba el ondulado cabello castaño suelto hasta la cintura, un flequillo que jamás se despeinaba y ojos almendrados adornados de gruesas pestañas naturalmente onduladas.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora