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Día 87

Aunque el trayecto al departamento de Matt fue corto y rápido, Joan lo sintió interminable.

Fueron demasiadas cosas en qué enfocarse al mismo tiempo: agarrarse de él sin incomodarlo, guardar suficiente equilibrio para no sentirse caer a cada acelerón, respirar el escaso aire que entraba en el casco, mantener sus botas firmes en los reposapiés...

Al final, cuando Matthias apagó el motor frente a un edificio altísimo, Joan suspiró y se estiró disimuladamente para deshacerse de la tensión en su cuerpo. Caray, no le quedaban ganas de volver a subirse a una motocicleta.

Se quitó el casco y se sacudió el cabello.

— ¿Estás bien? —preguntó Matt en cuanto vio la palidez de su cara.

—Eso fue... —Jo respiró hondo, buscando la palabra indicada— rápido.

Matt sonrió como apenado y recibió en sus manos su casco. Extendió un brazo al frente y Joan se acercó a él, observando la forma en que la sangre se había secado ya sobre su pómulo, obstruyendo el flujo de la herida. Él la dirigió hacia la entrada del edificio. Ella se quedó boquiabierta.

En sus paseos por la ciudad, se había empeñado en evitar las zonas lujosas. Era fácil distinguirlas: calles sin baches y tan limpias como para comer sobre ellas, autos nuevos y relucientes, casas enormes de cercados eléctricos y edificios de cristal como el que se alzaba frente a sus ojos. Hasta donde pudo ver, contó quince pisos. La fachada de aquel gigante de concreto estaba repleta de ventanales amplios que reflejaban la luz de la luna y el paisaje de la ciudad desde ángulos distintos. Perpleja, Joan siguió caminando.

Al entrar por el vestíbulo, una atmósfera de quietud y elegancia la recibió con los brazos abiertos. El lustrado piso rechinó bajo sus vacilantes pies. Cohibida, repasó su aspecto: pobre. Punto. Jeans de segunda mano, las botas que obtuvo en La Madriguera, camiseta sencilla y chaqueta barata. Matt la dirigió hasta un conjunto de elevadores y llamó uno para subir. En silencio, Joan escuchó cómo se movían los engranes dentro de aquellas cuatro paredes. Había visto uno que otro elevador antes, a veces los había en los edificios a los que entraba con Alex para pedir limosna; pero nunca se había subido a uno. Tragó saliva.

Matt se acomodó el casco bajo el brazo derecho y colocó su mano izquierda tras la espalda de Joan. Luego de un suave timbre, las puertas se abrieron frente a ellos. Ya adentro, Jo se preparó para encarar lo que fuese a suceder. Las puertas se cerraron luego de que Matt apretara varios números en el teclado; enseguida, Joan sintió cosquillas en su estómago y una sensación pesada en sus piernas. Sin embargo, a pesar de sí, se mantuvo tranquila como lo hacía Matt. Pasaron unos cuantos segundos hasta que un nuevo timbre hizo eco en la cabina y su cuerpo se sintió ligero de nuevo. Las puertas se abrieron y un amplio apartamento apareció frente a ellos.

Matt avanzó hacia dentro, empujando suavemente a Joan hacia el interior. Acompañado de un gran suspiro, se adelantó hacia el perchero de su propio vestíbulo y dejó en él su casco. Se quitó la chaqueta de cuero y la colgó también.

— ¿Quieres dejar la tuya? —le preguntó a Joan.

Ella, sorprendida por lo cálido que se sentía el ambiente allí, asintió. Se quitó la prenda con movimientos lentos y certeros, haciendo de todo para no revelar lo nerviosa que estaba. Matt tomó la chaqueta de Joan y la colocó en el perchero junto a la suya.

—Pasa —la invitó y comenzó a andar hacia dentro.

Joan lo siguió de cerca.

Más allá del pequeño vestíbulo, que además del perchero tenía un par de sillas acolchonadas y una mesita de café, se encontraba la sala. Desde ahí se apreciaban ya los altos ventanales del lugar, los cuales regalaban una vista preciosa de la ciudad inmersa en la madrugada.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora