Volcán Dormido

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Día 220

Joan tenía puestos unos enormes auriculares que bloqueaban el ruido ya que, allí donde entrenaba con las pistolas, el eco era demasiado como para no lastimarle los oídos. Tenía una Glock en las manos, completamente cargada y totalmente a su disposición. Esa era su última ronda de tiro. Leyó los labios de Sonia, quien le dijo:

—Dos tiros a cada blanco.

Así lo hizo. Tiró dos veces a cada blanco dispuesto a quince metros de su posición, al otro lado del gimnasio. Falló dos tiros. Se quitó los auriculares y estiró cuello y hombros.

—No te tenses —dijo Pamela—. Si tienes que estirar tanto después de tirar, lo estás haciendo mal.

Sonia recogió el arma de sus manos y la llevó a la pequeña bodega en donde las guardaban. Cuando regresó, traía diez dagas en las manos.

—Okay, ahora con cuchillos. Dos tiros a cada blanco. Acércate. Diez metros.

Joan así lo hizo. Ni una sola vez dio exactamente en el blanco, pero se mantuvo extremadamente cerca.

—Estás llena de sorpresas, novata —comentó Pam en cuanto Joan terminó.

—No acerté ninguna —replicó Joan, suspirando.

—Pero no todas llegamos tan cerca con solamente semanas de práctica —Pam se encogió de hombros y luego miró el reloj en su muñeca izquierda.

—Bueno, suficiente por hoy, es hora de comer.

──•✧•──

Como casi todos los días, la comida consistió en un plato de arroz cocido, verduras al vapor y un poco de carne bien aderezada. A muchas de las chicas les aburría la monotonía de los platillos, pero Joan agradecía, simplemente, poder comer.

Ya avanzada la tarde, estaba sentada en uno de los sillones en la sala. Danna y Fernanda jugaban ajedrez, otra chica llamada Raquel jugaba solitario con una baraja y Joan leía una novela corta.

El resto de las chicas estaba en sus habitaciones, el gimnasio o el jardín. A pesar del murmullo y las risas constantes, el ambiente era calmo, lo cual ayudaba a que Joan leyera tranquilamente. Practicaba todas las noches, cada vez leía mejor y más rápido; por consiguiente, cada vez disfrutaba más de hacerlo. Una vez que pudiese leer eficazmente, aprendería a jugar cartas o ajedrez, pero todo a su tiempo.

Danna dio pequeños brinquitos en su asiento y luego chilló:

— ¡Jaque mate! —y comenzó a reír.

Fernanda le mostró el dedo medio, molesta.

Joan rió y regresó a su lectura. No había ni leído una oración cuando escuchó su nombre:

—Joan —era Sonia.

Forley de inmediato cerró el libro con el marcador puesto y se levantó.

— ¿Sí?

—Ven conmigo —ordenó Sonia y se dirigió al jardín de enfrente.

Joan miró a Danna, pidiendo ayuda.

— ¿Qué haces? —susurró Danna— Ve.

Así lo hizo, siguió a Sonia hasta el jardín. Mientras andaba detrás de ella, las que estaban cerca la miraban curiosas.

Llegaron a la puerta principal y se quedaron paradas, Joan detrás de Sonia.

— ¿Puedo confiar en ti, Joan?

La interpelada tragó saliva, nerviosa.

—Sí —respondió.

—Bien. Vamos a ver a la jefa a su casa, quiere hablar contigo. No intentes escapar ni nada parecido, ¿entiendes?

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora