El Espejo

74 10 4
                                    

Día 104

Joan se las arregló para meterse por la puerta llevando consigo la docena de enormes bolsas de papel repletas de ropa nueva. Vio que Julia lanzaba sobre la alfombra las que ella había cargado y luego se dejaba caer en el mullido sofá. Jo la imitó y dejó caer su cargamento en el suelo, dio un largo suspiro de alivio y fue a sentarse en otro sofá.

— ¿Quieres agua? —preguntó Julia mientras se levantaba.

Sus botines cafés repiquetearon mientras avanzaba a la cocina.

—Por favor —fue la respuesta de Joan.

Se dejó caer hacia el respaldo del sillón y recuperó el aliento.

Los cuatro pisos que subieron para llegar al departamento de Julia sin duda la agotaron más de lo que le gustaría admitir; y eso de no haber comido más que un emparedado aquel día tampoco era de gran ayuda. Mientras escuchaba que Julia llenaba una jarra con agua y hielos, Joan paseó la mirada por el agradable apartamento. No había muchas cosas, Jul decía que era minimalista y Jo pronto comprendió el concepto.

Además de los sillones, solamente había una mesita de café, un par de lámparas y una pantalla plana en la sala de estar. Ni cuadros ni fotografías ni decoración ni flores ni figuras de barro. La luz de la ventana se colaba sin problema, a falta de cortinas. Si bien el color beige le daba un toque acogedor, el lugar era más bien plano y casi sin vida; sin nada que ver, por lo cual a Joan no le gustó tanto.

Se levantó y fue a la cocina para ayudar a Julia, quien ahora rebanaba limones para echarlos en el agua helada. A Jo le dio más sed.

— ¿Te ayudo en algo?

Sin quitar la vista de los limones, Jul respondió:

—Pásame dos vasos, por favor. En la segunda repisa, en esa alacena —señaló con la mirada una pequeña alacena empotrada en la pared junto al refrigerador.

Joan se puso de puntitas para alcanzar dos vasos y los llevó hasta la encimera donde Julia ya limpiaba el jugo de la superficie. Mientras tarareaba, la ojiverde enjuagó el pequeño trapo con el que había limpiado y lo puso en su lugar junto a la estufa, tomó un tarro de una repisa cercana y lo abrió sin retraso, sacó de él unos cuantos terrones de azúcar y los echó sin cuidado dentro de la jarra. Puso el tarro en su lugar y fue a abrir un cajón de donde sacó un cucharón de madera y lo metió en la jarra para revolver con él el contenido.

—Entonces, ¿el departamento es completamente tuyo? —preguntó Jo.

En secreto, le sorprendía sobre manera que una persona tan joven como Julia tuviese un lugar para ella sola. En el fondo, quizás incluso la envidiaba un poco. Jul asintió.

—Pero no eres mayor de edad, ¿o sí? —tentó Joan, no le parecía que Julia tuviese más de dieciocho años.

La aludida sonrió.

—No, pero ya casi. De todas formas, da igual. Mi arrendatario cree que mi madre viene y va, que ella es quien está a cargo. Mientras tenga su paga, no hace más preguntas.

Joan levantó una ceja, ligeramente asombrada. ¿Cómo era que algunas personas tenían tanta suerte para salirse con la suya? A esas alturas de la vida, le parecía que había personas que sencillamente nacen con estrella, como Julia. Y Joan pensaba que ella era del otro tipo de persona: quienes nacen sin estrella, solamente estrelladas.

— ¿Y tú dónde vives? —la pregunta la tomó desprevenida.

Fingió un suave bostezo para tomarse el tiempo de formular su respuesta.

—Por aquí, por allá —dijo—. Donde me encuentre la noche.

Julia la miró y soltó una sonrisa suave.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora