La Ansiedad

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Día 219

Tan pronto llegaron al lugar de reunión, todo se convirtió en protocolo. Sonia se bajó del auto apenas Mina lo estacionó, le abrió la puerta a Miranda y ella salió envuelta en una actitud altiva. A ella se le unieron dos guardaespaldas masculinos que habían viajado en la camioneta, detrás de ellas.

Mina apagó el auto y bajó de él junto a Joan, luego la apuró para entrar al establecimiento junto a Armeaga. Forley notó que la rodeaban como si su vida estuviese en constante riesgo, así que, naturalmente, se preguntó en qué consistía exactamente el trabajo de Miranda Armeaga. Una no se hacía así de rica con simples peleas callejeras, ¿o sí?

El lugar al que entraron era un amplio bar-restaurante. La temática era rústica, así que la madera predominaba en el establecimiento. Pisos, mesas, sillas, vigas, techos y la barra de bebidas; todo tallado en madera. Le daba un aroma curioso y una vista acogedora. Miranda fue a sentarse a una mesa para dos, ella sola. Los guardaespaldas que la acompañaban salieron del lugar en cuanto ella estuvo acomodada. En cambio, Sonia, Mina y Joan se sentaron en una mesa lo suficientemente apartada de su jefa como para no llamar la atención.

—Se supone que siempre debemos estar presentes de forma inadvertida —comentó Sonia en voz baja, a pesar de que no había nadie cerca que pudiese escuchar—, aunque a veces ni siquiera tiene caso porque ya nos conocen.

—Mala fama, le dicen —soltó Mina.

—Entonces, ¿solamente esperamos?

—A veces, todo depende —sonrió Sonia—. Puede que pasemos toda la noche aquí esperando a que termine con sus asuntos, que tengamos que patearle el trasero a alguien, o que tengamos que ir a ayudarle con otro asunto —se encogió de hombros.

Joan asintió.

—Allí está —balbuceó Mina en cuanto un hombre de edad media entró en el restaurante—. Ese es Osiel Durán, apréndetelo.

Joan estiró el cuello para poner atención, observó al hombre de la forma más discreta que pudo. Era bajito y delgado, llevaba el cabello color miel corto y rizado.

—Lo que le falta en presencia, lo tiene en dinero —dijo Mina—. Es dueño de una cadena de hoteles, de ahí viene su fortuna. También hace tratos con la jefa, de ahí se mantiene su fortuna.

Joan quiso preguntar qué era exactamente lo que hacía Armeaga, pero no supo si sería prudente. Tal vez, pensó, podría guardarlo para otra ocasión, no quería parecer demasiado entrometida.

— ¿Qué ves en él, Joan? —preguntó Sonia, mirando a Osiel.

— ¿Cómo?

— ¿Qué ves en él? —repitió— Por cómo se mueve, lo que usa y lo que oculta, ¿qué ves en él?

Joan parpadeó dos veces. ¿Era una pregunta capciosa? ¿Cómo iba siquiera a saber qué ocultaba ese hombre? Dudó hasta que Sonia habló de nuevo:

—He visto que te gusta leer, ¿no es así?

Joan asintió.

—Bueno, también se puede leer a las personas. Deberías aprender a hacerlo si quieres tener la ventaja. Míralo —ordenó.

Mientras Joan lo recorría con la mirada, Sonia recitaba:

—Sus zapatos están impecables, podrías asumir que es una persona muy organizada; pero su camisa está arrugada, así que se le hizo tarde y, por lo tanto, no es tan organizado como pareciera. Tiene el cabello bien peinado y no hay una sola mancha en su ropa: es limpio.

»A pesar de ser bajito, se encorva y mira mucho hacia abajo: puede que tenga inseguridades. Gesticula mucho con las manos, así que le gusta tener el control. No mira a Miranda cuando habla, pero sí cuando ella le habla; no le gusta hablar sino escuchar. Todo eso nos dice que es una persona relativamente inofensiva, no se lee hostilidad en ninguno de sus movimientos.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora