Ni Verdades Ni Compañía

47 7 1
                                    

Día 43

— ¿Estás loco? —preguntó Victoria, sorprendida. Ni siquiera se inmutó cuando su dardo recién lanzado se clavó en el blanco.

Matt, con el mal humor que lo aplastaba desde en la mañana, se encogió de hombros.

—Olvídalo —resopló.

—No. No, no, no —canturreó Victoria—. No, Matt. ¿Por qué considerarías siquiera unírteles?

— ¿Y por qué no? Están tomando muchísima fuerza. Sería tonto no hacerlo.

Victoria suspiró y fue hasta Matt, quien fumaba despreocupadamente sentado sobre la barra privada que compartían en el segundo piso.

De un brinquito, se sentó a lado de él, apoyando sus pies en uno de los altos bancos cubiertos de piel, y dejó a su lado los dardos que llevaba en la mano.

— ¿Hablas en serio?

Matt simplemente la miró, sus ojos de textura ambarina.

Victoria negó con la cabeza, incrédula.

—Las ventas han ido bien, Matt —musitó—. Bajar la cuota fue un éxito, y Ger tiene algunos planes para animar el ambiente; y podemos remodelar la zona de camas; y tenemos lo suficiente para andar a flote por largo tiempo; y no necesitamos unirnos a Los Huracanes para sobrevivir —dijo, enlistando todo aquello en un sutil tono de súplica.

—Vi —suspiró Matt—, es comer o ser comido.

Pero Victoria estaba decidida.

— ¿No has escuchado los rumores? ¿No has puesto atención?

Matt parpadeó, confundido. Por primera vez aquel día, se sintió genuinamente interesado. Victoria continuó con solemnidad:

—Son básicamente sicarios, Matt. Se mueven como mejor les conviene y, yo... no creo... —se atoró con sus palabras— Unirnos a ellos sería entregarles la ciudad en bandeja de plata; perderíamos mucho más que solo dinero. No soy la única que piensa eso.

Él entonces la miró fijamente, curioso por saber lo que Victoria había estado charlando con sus amistades.

— ¿A qué te refieres?

Victoria suspiró audiblemente.

— ¿No te has puesto a investigar, cierto? —preguntó, con una sonrisa triste. En cuanto Matt mantuvo su silencio por bastante tiempo, ella giró los ojos—. Matt, casi todos en La Querella los detestan. Son contados quienes han considerado unirse a ellos, ¿sabes por qué? Porque nos ha costado mucho construir lo que tenemos, y no es para regalarlo a cualquiera que aparezca de pronto. Indaga por ahí, no son lo que parecen. Son una peste.

El silencio se instaló entre ambos, tan palpable como la neblina al amanecer. Victoria se quedó esperando una respuesta, la que fuera, pero Matthias se guardó sus pensamientos para él mismo.

Al final, cansada de repente, Vi se despidió:

—Haz lo que quieras —dijo mientras bajaba de la barra y tomaba su abrigo—, pero hazlo tú solo. No quiero que metas a La Querella en esto.

──•✧•──

—Ya deberías dejarte vencer un día de estos —comentó Antonio, sonriendo mientras contaba billetes—. Lo predecible es malo para el negocio.

Joan sonrió también y el gesto le causó ligeras punzadas en los viejos moretones que ya empezaban a desvanecérsele del rostro. Antes de aquella pelea, decidió que no podía andar por ahí visiblemente magullada, pues aquello podría generar preguntas que no estaba dispuesta a responder. Debía de ser más selectiva. Por eso no dejó que ningún golpe le tocara la cara; y aunque ello le había costado recibir más impactos en las costillas, estaba satisfecha.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora