Las Apariencias

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Día 72

El tiempo pasaba cada vez de forma más extraña. Mientras duró su resaca, los minutos transcurrieron con hastío, como si el tiempo la castigara con aquel incesante dolor de cabeza. Luego, cuando pudo dormir profundamente y descansar de verdad, las horas se fueron volando, creando aquel nudo en el estómago que le recordaba su necesidad por dos cosas: dinero y respuestas.

Ya que podía admirar la luz de las lámparas con calma, sin que su jaqueca la acosara por ello, se vio felizmente refugiada en la vista que tenía al frente. Pocas cosas eran tan bellas como las luces de neón en medio de la neblina nocturna. Aquel viernes, el frío cayó sobre la ciudad sin importarle la seguridad de aquellos que no contaban con refugio, ni la salud de personas como Joan, quienes apenas y podían abrigarse bajo ropa barata.

Desde su lugar, escondida en la oscuridad del callejón donde se encontraba, podía ver la entrada de La Querella en la acera de enfrente. Bajo la protección del anonimato, observaba las interacciones que se desarrollaban a varios metros lejos de donde estaba.

Había bastante gente entrando y saliendo del bar, algunos ya bastante achispados. Veía claramente a Bate, tan estoico y bonachón como de costumbre. Y aunque se notaba claramente de buen humor, estaba reprimiendo al chico que cuidaba la puerta junto a él. Por la forma en que titubeaba al moverse, Joan supuso que sería un novato.

En otra ocasión, al estar de mejor humor tal vez, se hubiese acercado para charlar con el guarda mientras esperaba a Julia. Sin embargo, no le apetecía la pequeña humillación de quedarse plantada de nuevo. No estaba segura de si su amiga llegaría... su experiencia pasada le decía que no. Pero como tenía curiosidad, aún así se tomó el tiempo de ir a esperar. Su decepción se sentiría distinta desde aquel callejón.

Joan resopló con algo de aburrimiento, creando una nubecita de vaho frente a su rostro. Acomodó las manos en sus bolsillos e intentó juntar más los brazos al pecho en un sutil intento de sentirse más abrigada.

Los minutos transcurrieron con calma.

Observó a Bate bromear con el novato, disipando la tensión entre ambos luego de una breve discusión. Vio a varias chicas entrar en el bar, sus gruesos y pesados abrigos se le antojaron a Joan como prendas de la realeza. Se veían tan cómodos...

Divisó a varias personas que intentaban entrar en vano, y se quedaban charlando con Bate con la esperanza de adularlo lo suficiente como para que les dejara entrar. No funcionaba, por supuesto, y se iban molestos a probar suerte en los bares cerca de allí.

Cuando escuchó que las campanadas de una iglesia marcaban las diez de la noche, puso más atención. De todas las cosas que pasaban, de todas las personas que iban y veían, solamente reconoció a Victoria. La reina de La Querella salió del bar ataviada en un precioso abrigo color carmín, el cual resaltaba el tono rojizo de su cabello castaño. Se enfundó en unos guantes al mismo tiempo que soltaba un comentario que hacía a Bate reír a carcajadas. Joan sonrió.

La miró sonreír con los ojos, y se preguntó por qué Julia la detestaría tanto... más allá del asunto con los juegos de cartas, no parecía que Victoria fuese una mala persona. Si Joan tuviese que calificar esa situación, simplemente diría que ambas quedaron atrapadas en una rivalidad a medias, alimentada por la falta de comunicación.

Luego de que un auto se estacionara frente al bar, Victoria se estiró sobre las puntas de sus pies para despedirse de Bate con un beso en la mejilla. Rio un poco más, se subió al auto y este desapareció al doblar la esquina en la siguiente calle. Joan suspiró. ¿Cuánto más sería prudente esperar? ¿Tal vez hasta las siguientes campanadas?

Recargó su peso en la pierna derecha y volvió a acomodar sus brazos en un intento por abrigarse mejor. La próxima persona que reconoció entre todo el movimiento, como de costumbre, parecía de oro.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora