La Resaca

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Día 74

Un par de horas pasaron junto a unos cuantos tequilas más.

Matt se pasó todo ese tiempo cuidándola, atrapándola cuando ella resbalaba y mordiéndose la lengua para no limitarla. Hubiese sido más sencillo ponerle un alto, decirle que no podía beber más y llevarla a su casa; pero, probablemente, no sería lo justo. Si se sentía tan mal como para querer perderse en el alcohol un rato, que lo hiciese tomada de su mano.

Luego de ese tiempo haciéndola de chaperón, su borrachera se esfumó al igual que el efecto de las drogas. De ello solamente le quedó un suave cosquilleo en la mandíbula.

Y a ella, luego del frenesí, se le esfumaron los sentidos.

Matt presenció el momento exacto en que el cuerpo de Joan colapsó: su cómico baile se proyectó de pronto en cámara lenta, sus ojos se le pusieron en blanco al tiempo que el rostro se relajaba en la inconsciencia. La mano que tenía alzada en el aire cayó en su costado, y ella hubiese caído de bruces al suelo si él no hubiese dado una zancada para agarrarla a tiempo por la cabeza y la cintura.

Nadie alrededor hizo nada por ayudarlo, todos estaban tan embriagados como Joan. Matt sabía que la borrachera colectiva se pondría peor en unas horas, tal vez incluso alcanzara tintes violentos o eróticos, dependiendo del humor general; y no estaba de humor para ser parte de ello. Mejor dicho: tenía la responsabilidad de cuidar de Joan aquella noche, así que no podía ser parte de ello.

Suspiró, cansado.

Se hincó junto a Joan y pasó ambos brazos por debajo de su cuerpo, la cargó y se abrió camino entre la embelesada multitud. Al llegar a la puerta, bajó las piernas de ella por un momento para tocar la puerta, y aprovechó para acomodarle la cabeza de modo que no se torciera el cuello.

Cuando Bate abrió la puerta, levantó ambas cejas.

— ¿Está bien?

Matt volvió a cargarla y por fin pudo salir del bar. El aire fresco de afuera casi le dolió en comparación al saturado ambiente cálido de La Querella.

—Sí, está bien —suspiró—, bien borracha.

Bate chasqueó la lengua.

— ¿Y qué vas a hacer?

— ¿Sabes dónde vive? —preguntó Matt mientras -de nuevo- bajaba sus pies al suelo.

Bate rió.

—Hombre, si no lo sabes tú, yo menos.

Matt soltó un gruñidito.

—No quiero causarle problemas con su familia.

Bate solamente se encogió de hombros.

—Por la forma en que viene y va como le da la gana, no parece que le pongan mucha atención en su casa.

Tras pensarlo por dos segundos, Matt suspiró.

— ¿Podrías llamarme un taxi? No puedo llevarla así en la moto.

El guarda asintió y de su bolsillo sacó un teléfono para llamar al transporte. Luego, se entretuvo hablando por teléfono con alguien más.

En lo que esperaba por el taxi, Matt se sentó en la banqueta con la espalda de Joan recargada en su pecho. La acomodó de tal forma que él, con las piernas abiertas y las rodillas flexionadas, la anidaba a pesar del frío.

El taxi no tardó en llegar. Bate finalizó su llamada para ayudarle a cargarla y a meterla con cuidado en el asiento trasero, junto a él. En cuanto se hubo despedido del guarura, Matt dio la dirección al conductor y el taxi comenzó a andar.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora