La Madrugada

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Día 97

Luego de un par de semanas, asistir a aquel sótano para que Julia jugara póquer se estaba volviendo una rutina tediosa. Aquel día, sin embargo, fueron más temprano.

El sol apenas se había escondido tras el horizonte cuando tocaron a la puerta. El chico del cabello azul les dio la bienvenida y luego avisó a sus padres, quienes miraban televisión en la sala, que iba a estar en el sótano con sus amigos y que -por favor- no lo molestaran. Joan sonrió divertida mientras en silencio se preguntaba si los padres de aquel muchacho sabrían la cantidad de dinero y negocios ilícitos que se llevaban a cabo en su propia casa.

Los juegos de póquer y las jugosas apuestas no eran lo único que sucedía en aquellas noches. Joan atestiguó venta de marihuana y cocaína varias veces, de forma tan natural que parecía un simple intercambio de golosinas entre niños. Mientras se jugaban las partidas, Joan permanecía detrás de Julia, mirando cómo las personas a la mesa le daban vueltas a su mente para tomar las mejores decisiones en su juego. Jo incluso comenzaba a entender de qué iba el póquer. A pesar de que Julia no le había explicado nada; ella tuvo que sacar sus propias conclusiones. No estaba muy alejada de la realidad, pero le faltaba muchísimo para entender el juego por completo.

Más tarde, mientras el dinero se repartía entre los victoriosos, Joan esperaba unos pasos lejos de Julia. Algunas noches aprovechaba para tomar algunos bocadillos; esa noche tomó la oportunidad de robarse unos cuantos chocolates. Estaba escogiendo cuáles iba a llevarse cuando alguien se le acercó desde atrás.

—Hola —la saludó un chico.

Era uno de los jugadores, flacucho y de ojos chispeantes. Esa noche perdió algunos miles de pesos, pero Joan lo había visto ganar muchos más en noches pasadas. Joan casi no se giró, pensando que él le hablaba a otra persona tras de ella. Pero él la miraba directamente a los ojos, así que Jo tragó saliva y saludó de vuelta.

—Hola.

—Vienes con Julia, ¿verdad?

Joan asintió.

— ¿Cómo te llamas? —preguntó él.

Comenzó a acercarse a Joan de forma inconsciente, un pasito hacia ella y su torso inclinado ligeramente al frente.

—Joan —respondió ella. Luego recordó la cortesía—: ¿Y tú?

—Uriel.

Joan le sonrió suavemente y asintió. Regresó su atención a la mesa de dulces y continuó observando los chocolates, pensando cuál podría gustarle a Noé. Tomó unos cuantos y los guardó en los bolsillos de su chaqueta.

—Me preguntaba —agregó Uriel— si quisieras salir conmigo.

Joan se giró de nuevo hacia él, sorprendida. ¿Estaban invitándola a salir? ¿Como en una... cita?

— ¿Eh? —fue lo único que pudo musitar.

Los nervios de Uriel eran palpables, aunque los escondía bastante bien bajo una fachada de suficiencia y bonachería.

—Es que —comenzó a explicar—, creo que eres muy bonita y quisiera conocerte mejor.

Joan lo miró de hito en hito. Quiso pellizcarse. Quiso ponerle la mano en el pecho para saber si era real. ¿De verdad eso estaba sucediendo? Un chico de aspecto decente estaba invitándola a salir...

Más sorprendente aún: él creía que era bonita. Eso la puso a pensar. ¿Era bonita? En una realidad donde el hambre no te marea, ¿era bonita? No era que importara, no de verdad, pero era curioso. No se lo había preguntado, no había tenido tiempo para detenerse a pensar sobre su belleza. Meses atrás descubrió que su cuerpo cambiaba, que sus caderas sobresalían en su silueta de la misma forma que sus pechos dibujaban curvas en su torso. Con ello descubrió que podía moverse con una nueva cadencia y que sangraba cada que la luna estaba llena.

Joan Forley: Las Cosas Marchitas © [JF#0.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora