Historia por Simón.Este es Simón. Escuchen cómo habla. Sus palabras suenan perfectas, ¿cierto? Bueno, lo cierto es que, varios años atrás, hubiera tenido problemas hasta para decir su propio nombre. ¿Por qué? ¡Porque es tartamudo! La historia de Simón es una paradoja: comenzó a comunicarse con los demás PORQUE tartamudeaba.Simón tiene ese problema desde muy pequeño, y solo empeoró con el tiempo. Cuando tenía 3 años, un perro lo asustó. Desde entonces, tuvo problemas para pronunciar cada palabra. Decir su propio nombre era una toda una lucha para él. Preocupados, sus padres lo llevaron con muchos médicos y probaron con millones de tipos de terapia, pero nada ayudaba. A los 13, apenas decía una docena de palabras al día. Pero Simón siempre ha sido una persona optimista, así que prefería mantener la imagen enigmática de persona de pocas palabras. Le resultó bastante bien, hasta que sus padres decidieron mudarse a otro distrito.De pronto, Simón se encontraba en un nuevo vecindario donde nadie lo conoce. Como muchos adolescentes con algún problema, se sintió deprimido un tiempo y no salía mucho de casa. "¿Quién querría socializar con un tartamudo raro como yo?", pensaba. No muy lejos de su hogar, había un campo de baloncesto y un grupo de muchachos un poco mayores que él jugando. Simón siempre había sido bueno en el baloncesto por ser más alto que sus compañeros. Se le ocurrió que un buen jugador sería apreciado por todos. Puso su cara de póker más impenetrable y se unió a ellos. Jugó hasta el cansancio y, después de un buen rendimiento, lo saludaron apropiadamente y le preguntaron el nombre.Aquí vamos de nuevo... Tener que hablar frente a cinco personas lo puso muy nervioso. Abrió la boca y se quedó así, sin poder deslizar un solo sonido. Le repitieron la pregunta. Simón seguía mudo como un pez. De pronto, uno de ellos se iluminó y le preguntó: "¿Eres mudo?". La pregunta sorprendió tanto a Simón, que se limitó a asentir para hacer algo. Lo tomaron como una confirmación y dijeron: "Bueno, ¿a quién le importa? Te llamaremos Kobe. ¡Juguemos!".Fue aceptado rápidamente en el grupo, y se divertía mucho con sus nuevos amigos. Resultaron ser buenas personas y muy buenos jugadores, y al parecer su condición no los molestaba. A veces Simón se sentía culpable por fingir ser algo que no era. Pero, por otro lado, era la primera vez en su vida en la que no tenía que luchar a diario para mantener una amistad. Algún tiempo después y por alguna razón, decidieron que, si era mudo, también debía ser sordo. Como sabes, todo lo que sube DEBE bajar. Un día, Simón fue al campo de baloncesto como siempre y encontró a un grupo de sujetos mayores viendo jugar a sus amigos y riéndose de ellos con desprecio. Notó que no estaban muy sobrios, pero decidió ignorarlos y se unió al juego. "¡Kobe, Kobe, pásala", gritó uno de sus compañeros de equipo. Los sujetos mayores estallaron en carcajadas. "¿Ese es Kobe?", gruñeron, y entraron al campo. Les quitaron el balón y comenzaron a lanzarlo a Simón con violencia. Él era mucho menor: tenía 13 años, y ellos por lo menos 17. Así que no podía hacer demasiado. "¡No lo toquen! ¡Es sordo!", gritaron sus amigos, pero eso solo entusiasmó más a los abusivos. Sus compañeros lo defendieron y pelearon de manera increíble para "recuperar" a Simón, ya que él no podía levantarse del suelo. Los ebrios no tuvieron más remedio que irse, mientras gritaban todo tipo de insultos.Simón se puso de pie y comprendió que era el momento de hablar. Tenía que dar las gracias a sus amigos. Reunió toda su voluntad y, con mucho esfuerzo, soltó un lamentable: "Gr-gr-gracias". Los demás se miraron en silencio, no entendían lo que acababa de ocurrir. En ese momento, Simón perdió el control de sus lágrimas y salió corriendo. No lo molestaban los moretones, lo que realmente le dolía era la amarga vergüenza. Corrió y corrió, sin saber adónde iba. De pronto, oyó pasos detrás. Se detuvo y vio que sus amigos lo estaban siguiendo."Oye, ¿así que SÍ puedes hablar?". Simón asintió. "¿Y tampoco eres sordo?". Asintió de nuevo. "Lo si-si-si...", intentó decir. "¡Eso es genial!, lo interrumpieron. "¡Significa que podemos hablar contigo normalmente!". Simón no se esperaba esa reacción. Era incapaz de decir algo, pero sentía una profunda gratitud. "No tienes que disculparte, está bien. ¿Eres tartamudo? ¡No es un problema! ¿Sabes qué? Si no puedes hablar, inventemos nuestros propios gestos para entenderte". Desde ese día, crearon su propio sistema de señas solo para ellos.Hoy en día, Simón puede hablar normalmente: la terapia por fin comenzó a dar resultados, y solo tartamudea cuando está nervioso. Pero, más importante aún, descubrió que los verdaderos amigos son los que te aceptan con todos tus problemas e imperfecciones, tal y como eres.