Me acaban de dar el aviso. Es mi turno. No escucho nada. Mis pulsaciones ahora resuenan tan fuerte que no consigo diferenciar el sonido ambiente de mis latidos de corazón. ¿No irá a darme un síncope ahora? Mis piernas comienzan a moverse por inercia. Mi cerebro sigue sin razonar. Me dicen algo pero no logro descifrarlo. Sigo caminando.
Como si de una presencia angelical se tratara, veo por primera vez a Raúl rodeado de un haz de luz. Está de pie, esperando delante de un precioso fondo de flores rojas. Va vestido con cazadora vaquera y pantalones negros, pero yo no puedo dejar de fijarme en su sonrisa. Es aún más cautivadora en persona. Me dice algo. No respondo. Me lo vuelve a repetir.
- ¿Estás bien? - insiste dos o tres veces más ese ser que aún sigue pareciéndome una alucinación.
- Sí, sí - balbuceo.
- ¿Quieres tomar agua o algo? Te veo pálida - asegura Raúl.
- No, no hace falta. Gracias. Me llamo Lia. Perdona, estoy muy nerviosa - consigo articular por fin.
- No te preocupes. Aquí no comemos a nadie.
Comienzo a reír como una foca en un parque de atracciones. Dios, seguro que piensa que me falta un hervor, o dos. Intento calmarme. Me dice que qué postura quiero para la foto. Me quedo callada sin saber qué decir. Al final, él toma la iniciativa y me abraza. Noto el flash... y el cosquilleo que me recorre todo el cuerpo al notar sus brazos rodeando mi espalda. Mi temperatura corporal está a punto de golpe de calor.
Y ya. Se acabó. Raúl me da las gracias por haber venido y me invita a seguir a su compañero a la salida. Yo le doy las gracias por la foto. Y sucede: me abraza. No existen palabras para describir lo que siento cuando lo tengo a tan solo un par de centímetros de mí. Se me corta la respiración. Los latidos del corazón, que antes sentía golpear con fuerza mi cuello, desaparecen. No hay ruido. No hay tiempo. No hay nada. Solo él y yo. Pero como todo cuento, el final llega.
En ese momento reacciono. Todo ha sido real, pero ya se acabó. El chico de seguridad que antes me miraba con pena, ahora me señala la salida con una sonrisa pícara. ¿Lo habrá notado también? Raúl se aleja y vuelve a colocarse en el puesto de salida. Yo le doy la espalda y salgo de aquella habitación levitando. Siento las piernas, pero yo voy volando.