- ¿Qué estás haciendo aquí? - le suelto sin ni siquiera dejarle abrir la boca.
- He pensado que tal vez te gustaría desayunar este cruasán de chocolate y batido de fresa de tu café bar favorito - responde a la vez que señala una bolsa que está sobre la mesa de mi comedor.
- ¿Has ido de nuevo hasta ese lugar solo para traerme mi merienda favorita?
- Al principio dudé, para mi suerte el lugar es muy conocido en Barcelona y solo he tenido que dar algunas señas para encontrarlo - explica a la par que roba mi corazón con una de sus preciosas sonrisas.
- ¡Estás loco! - me oigo decir mientras camino hacia la mesa - ¿no me vas a acompañar?
Los dos nos sentamos en una mesa de madera rústica, sacada de la decoración de una casa de comedia americana de los 80. El casero no derrochó en mobiliario y dejó para sus queridos inquilinos los mismos muebles que han custodiado la casa durante 40 años.
- Pensé que no volvería a verte - le solté nada más terminar de masticar mi primer bocado de cruasán.
- ¿Por? Todavía no me marcho de Barcelona. ¿Te gustaría compartir otro día conmigo?
Dudo un segundo. ¿Sabes que este chico se va a marchar mañana y tú te quedarás con el corazón roto, verdad Lia? Me grita temeroso mi cerebro. Quizás deberías dejar las cosas como están y no seguir cayendo en las garras de su atractivo. Vuelve a insistir. Entonces mi corazón toma la iniciativa, una vez más.
- Me encantaría - respondo intentando controlar mis nervios.
- Perfecto, pues tú decides. Soy todo tuyo.
"Ay, ya quisiera yo que fueses todo mío", pensé de forma pícara. Me hubiese encantado contestarle eso, pero mi único estímulo fue trazar una tímida sonrisa como respuesta.