Miro a los lados. Amanda no se ha dado cuenta, estoy rota de dolor. Intento disfrutar de lo que queda de concierto, pero no puedo mirarle a los ojos. Todo ha sido un sueño. Un maldito sueño que ha tornado en la peor de las pesadilla. Se ha reído en mi cara. No es una suposición. Es un hecho. Raúl Mendes se ha burlado de mí.
Ahora todo tiene sentido. Cómo alguien como él iba a fijarse en alguien como yo. Imposible. Inconcebible. Inexplicable... Pero como tonta, quise vivir mi película romántica, pues ¡toma! Ahí la tienes. Ahora disfruta de su secuela de terror.
Aún quedan dos canciones para que finalice el concierto. Yo solo quiero salir corriendo de allí, llegar a mi casa, meterme debajo del edredón y olvidar que el mundo existe. Amanda ni se ha dado cuenta de que tengo el rostro desencajado. ¡Vaya amiga!
Última canción. Raúl lo da todo sobre el escenario. Casi podría decir que, al paso que toca la guitarra, no llega con los 10 dedos sanos y salvos al final de la gira. El público, a sabiendas que son los últimos compases que escucharán, lo dan todo. Ahora sí que sí parece que el estadio se va a venir abajo. Comienza a llover confeti del cielo. Los fans gritan y cantan al unísono con Raúl, más de lo que ya lo estaban haciendo hasta ahora.
Mis tímpanos están a punto de fallecer cuando todo se queda en penumbra. Y de la oscuridad más absoluta, nace un estruendo en forma de aplausos que permite escuchar por milagro un "Gracias Barcelona, os quiero". Raúl abandona el escenario tan rápido que no sería capaz de afirmar a ciencia cierta si lo hizo por la derecha o por la izquierda de bambalinas.
Y aquí estoy yo. De pie frente a un escenario en el que solo quedan ya los instrumentos, con las palmas de las manos rojas por aplaudir, y con unas ganas terribles de llorar.