La lluvia

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Llevo varios minutos caminando sin dirección. Con la rabia devorándome por dentro, ni siquiera noto las pequeñas gotas que comienzan a recorrer mi cuerpo. ¿Cuándo ha cambiado tanto el tiempo? El cielo se ha encapotado, y lo que antes eran nubes de algodón, ahora se han desdibujado en pequeñas manchas negras que amenazan con inundar todo a su paso. 

Aprieto el paso. Dios, no tengo ni idea de dónde pillar un bus de vuelta a casa. El mar me acompaña en mis pasos. No sé por qué, pero decido ir en su busca. Como si me escuchase, me siento en la orilla a hablar con él. Desde mi infancia en Málaga, la brisa marina siempre ha sabido calmar mis demonios internos. Es el mejor terapeuta que conozco.

Comienzo a llorar. ¿Qué me pasa? Tampoco ha sido nada del otro mundo. Vale, he hecho el ridículo delante de mi artista favorito, pero da igual. No voy a verlo en mucho, mucho tiempo. Si es que lo llego a ver de nuevo alguna vez... ¿Por qué entonces siento este vacío en mi interior? Quizás me exija demasiado. Nunca estoy satisfecha con nada de lo que hago o digo. 

Soy el peor enemigo de mí misma. Es cierto. Entonces, ¿cómo me enfrento a él? La autoestima es algo que he intentado alimentar durante años, pero ni psicólogos, ni terapeutas, ni mi propia familia ha conseguido nada al respecto. Lo sé, la única que puede lograrlo soy yo, pero no puedo. O mejor dicho, no quieres Lia. 

Respiro hondo, intentando interiorizar toda la paz que el mar me transmite en estos momentos. Todo el mundo prefiere la playa en días de sol. Yo, en cambio, lo prefiero en instantes así, cuando la bravura de la naturaleza hace acto de presencia y amenaza con llevarse todo a su paso. De pronto, escucho algo tras de mí. 

- ¿Por qué tan sola? 

No puede ser. 

Cincuenta sombras de Mendes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora