Sin quererlo, Raúl y yo hemos llegado a tropezones al salón del barco. Caemos sobre el cómodo sofá azul vintage que preside la sala. Noto como empieza a saborear mi cuello. Me paralizo. ¿Ay, dios, estás segura que lo quieres hacer?
Su boca empieza a dibujar un camino desde mi barbilla hacia abajo. Sí, sí quiero esto. Por favor, jamás había estado tan excitada. Deseo esto más que nada en el mundo. Deja de dudar, ¡por favor Lía!
Me quito la camiseta negra y Raúl hace lo propio con la suya. ¡Dios, es aún más perfecto en persona! Su cuerpo blanco y musculoso parece esculpido por el mismísimo Miguel Ángel. Pícaro, besa mi escote y continúa con mi abdomen. Me encorvo de placer.
Me doy la vuelta y noto como trabaja mi espalda. Sus grandes manos exploran cada centímetro de esta parte de mi cuerpo con suma paciencia. Se para un segundo. Vuelve a la carga. Me desabrocha el sujetador. Me muero de la vergüenza, pero antes si quiera de poder hacer el amago de taparme, Raúl me da la vuelta y me observa.
- Eres preciosa, Lía. Nunca lo pongas en duda - me dice fijamente a los ojos como si hubiese notado mis inseguridades.
Sonrío sonrojada. Esa frase me desinhibe y libera mis instintos más primarios. Ahora me toca a mí. Le empujo hacia el sofá, me siento a horcajadas sobre él, y empiezo a besar su cara, su nariz. Muerdo su labio inferior, tan carnoso, tan rosado,... Su cuello vuelve a ser mi parte favorita, aunque esta vez anhelo explorar por primera vez su abdomen (¡qué trabajado está!). Y por fin pongo el ojo en su pantalón. Le desabrocho el cinturón con suavidad. No hay prisas. Quiero disfrutar de este momento.
Me sonríe y yo le correspondo. Vuelve a ponerse al mando. Se levanta y se baja el pantalón quedando en ropa interior. Repite maniobra con el mío. Nos tomamos un segundo para mirarnos. La complicidad es máxima. El deseo es ahora el capitán del barco.